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Botella al Mar

Una bitácora en español sobre diversos temas de actualidad y cultura. Una botella lanzada a la inmensidad de la Red.

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lunes, agosto 28, 2006

Plutón posmoderno

Con ese título publica El País una carta de Daniel Esparza Ruiz a propósito de la reciente decisión de la Unión Astronómica Internacional, en su reunión en Praga, de degradar a Plutón de su condición de planeta. Esparza Ruiz hila sofismas posmodernos para postular que la reunión de Praga no es en nada difererente de la Comisión teológica que se reunió hace meses en el Vaticano para discutir la existencia del limbo que, dice "desde entonces tampoco existe"... como Plutón, se entiende, que por lo visto, según Esparza Ruiz, ¡ha dejado de existir!

No contento con tan audaz despropósito, Esparza Ruiz nos informa que el acuerdo de "expertos astrónomos" de que Plutón ya no es un planeta es una demostración más de que la realidad ha dejado de ser "real" y se ha transformado, únicamente, en un proceso de interpretación subjetiva, construido por una retórica específica, y termina preguntándose si la ciencia no es otra religión, en una sorprendente coincidencia con los fundamentalistas creacionistas y con ciertos obispos.

Todo esto, dice Esparza Ruiz, es la opinión de otros expertos, pero en el ámbito de la filosofía, o las ciencias sociales. Uno se pregunta qué le ha sucedido a la filosofía y a las ciencias sociales para que sus "expertos" puedan hilar tal cadena de afirmaciones delirantes. El propio Esparza Ruiz nos lo aclara implícitamente: la enfermedad de la filosofía y de las ciencias sociales se llama posmodernismo, una variopinta colección de inanes galimatías y juegos intelectuales que algunos incautos creíamos desterrados del pensamiento riguroso desde tiempos en los que Sócrates se enfrentó a Gorgias.

El término es difícil de definir, pero suele caracterizarse por una desconfianza hacia valores del modernismo tales como el progreso, la objetividad, la verdad y la Razón; un relativismo cultural extremo; y un énfasis metodológico en los juegos de palabras, las sátiras y las paradojas en vez de en argumentos rigurosos, aunque esto último no sea sistemático: los posmodernistas, por más que lo intentan, no logran escapar de la jaula del pensamiento "tradicional". Veremos algún ejemplo.

Uno de los gurús del posmodernismo, Jean-François Lyotard, define éste, "simplificando hasta el límite", como una incredulidad hacia las metanarrativas, donde una metanarrativa es cualquier visión global del mundo, una Gran Teoría, de ámbito universal, sobre la realidad. Metanarrativas serían el marxismo y el liberalismo, pero también la ciencia y los grandes sistemas filosóficos.

El posmodernismo es relativismo puro: nada es universalmente válido, nada verdadero. Los mismos conceptos de validez, verdad u objetividad están en duda. Y como vemos en el caso de Esparza Ruiz, algunos posmodernistas llegan hasta la postura solipsista de negar la realidad (por ejemplo, Jean Baudrillard). Cuando se agrega la dimensión política, proveniente sobre todo de los estudios de Michel Foucault sobre el poder y el conocimiento (pero también, con otros matices, del propio Baudrillard), se dirá también que esas metanarrativas no son inocentes (ninguna narrativa lo es), sino políticamente estructuradas, y que es necesario deconstruirlas (Jacques Derrida) para poner de manifiesto su agenda oculta.

Algo de verdad, sin duda hay en algunas de estas críticas, sobre todo cuando se aplican al ámbito de las ciencias sociales. Pero los posmodernistas han cometido un pecado de arrogancia mucho peor que la supuesta soberbia de los científicos que ellos denuncian.

En efecto, han creado su propia metanarrativa e, incongruentemente con sus propios postulados, la convierten en un dogma absoluto e universal que suelen defender con fiereza talibán. Porque, ¿qué otra cosa es la incredulidad hacia las metanarrativas, sino una metanarrativa en sí misma? Al postular la existencia del relativismo –otro universal-- y de las trampas del lenguaje --en el que ellos mismos se expresan--, los posmodernistas cometen la madre de todas las inconsistencias. Si nada es postulable de forma universal, entonces la alternativa, como quería Wittgenstein, es el silencio: de lo que no se puede hablar, hay que callar. Si todo lenguaje es sospechoso, el de Esparza Ruiz también lo es.

Vemos entonces el enorme absurdo de hacer una afirmación categórica que cae plenamente en el campo del lenguaje y de la lógica clásica: " la realidad ha dejado de ser "real" y se ha transformado, únicamente, en un proceso de interpretación subjetiva, construido por una retórica específica", al menos si uno quiere ser mínimamente consistente con su postura posmodernista. En ello el "moderno" (término peyorativo para los posmodernistas, algo así como "hijo de la Ilustración"), el que cree que existen sistemas si no universales, sí internamente consistentes, es mucho más coherente con sus ideas.

Por supuesto, no es ésta la única aporía del posmodernismo, con ser la más flagrante, ni su único exceso. El afán universalista del posmodernismo le lleva a criticar todo "discurso", toda teoría sobre la realidad, todo lenguaje. En particular, como hemos visto que hace Esparza Ruiz, lanzan sus dardos sobre algo que desconocen: las ciencias de la Naturaleza.

Y es que aun suponiendo que sus críticas tuvieran alguna entidad en el campo de la filosofía y de las ciencias sociales, es asombrosa la temeraria generalización, el enorme salto conceptual que implica aplicarlos, por ejemplo, a la astronomía, tanto más cuanto que ninguno de los críticos posmodernistas que yo conozca ha tenido la suficiente formación científica para intentar una crítica de las ciencias naturales con conocimiento de causa. La evidente carencia de información en este sentido fue puesta de manifiesto, de la forma más humillante posible, en el caso Alan Sokal, del que me gustaría hablar en un artículo posterior.

Brevemente, Sokal, físico de formación, escribió un artículo que era un verdadero galimatías de jerga posmodernista (los posmodernistas, como tendremos ocasión de ver, ocultan con bastante frecuencia su indigencia argumental detrás de términos oscuros, lenguaje políticamente correcto y aporías sofistas), en el cual afirmaba (a semejanza de Esparza Ruiz) que la realidad 'física' –nótense las comillas, las mismas que usa Esparza Ruiz- es un "constructo" social y lingüístico, que las teorías físicas deben ser revisadas para hacer una ciencia posmoderna, etc.

Nada de esto es nuevo en el campo posmodernista; sin embargo, Sokal fue más allá inventándose conscientemente conceptos e interpretaciones físicas que no existen... sin que ninguno de sus editores o revisores se diera cuenta. Habla, por ejemplo, del campo morfogenético como una teoría de vanguardia de la gravedad cuántica... cuando dicho concepto es una invención New Age de un tal Rupert Sheldrake, que para más inri nunca hace la afirmación que Sokal postula. En otras partes del texto, Sokal afirma que el axioma de igualdad está basado en el liberalismo del siglo XIX y que tiene interesantes conexiones con la política feminista, o que las ideas de Lacan se han visto confirmadas por la teoría cuántica de campo. Todo ello, evidentemente, despropósitos delirantes.

Parecería obvio constatar que nada de lo que decía Sokal en el texto estaba apoyado argumentalmente, aunque su considerable bibliografía y sus citas eran rigurosamente ciertas... y rigurosamente absurdas, como aquélla que insiste que la mecánica de fluidos no se ha estudiado suficientemente porque el fluido es femenino --vaginal, se entiende-- mientras que el cuerpo rígido –el falo— es masculino (ni se les ocurre pensar que el problema tenga que ver con la enorme complejidad de las ecuaciones de Navier-Stokes frente a las ecuaciones de Newton).

No obstante, la revista Social Text, una de las más prestigiosas del ramo, acogió alegremente el artículo y lo publicó sin reparos. El mismo día de la publicación, Sokal confesaba su travesura en otro artículo que no tiene desperdicio. Sokal demostró que el emperador estaba desnudo: el rigor metodológico del posmodernismo era exactamente cero.

Y es que, cuando yo era pequeño, solía ser una buena idea conocer profundamente un tema antes de atreverse a criticarlo, pero parece que este pequeño principio metodológico no va con los posmodernos.

Ese mismo desconocimiento es el que exhibe, flagrantemente, el Sr. Esparza Ruiz. En efecto, para él la clasificación de Plutón como planeta o como planeta enano tiene consecuencias cósmicas (nunca mejor dicho). Parecería que el hecho de que un grupo de expertos quiera redefinir el concepto de planeta hace que se derrumbe la validez de la totalidad de la astronomía.

Esto refleja una falta de entendimiento pavorosa sobre la estructura de las teorías científicas, y en particular las que conforman la astronomía planetaria. Vamos a ver, la categoría de "planeta" tiene, nadie lo duda, un cierto grado de arbitrariedad. La realidad –aceptemos, señor Esparza Ruiz, por un momento, que tal animalito existe— tiene aspectos bastante desaseados. En particular, tiene la molesta costumbre de exhibir una cierta ambigüedad en las fronteras de las categorías que nosotros le imponemos. Aquel promontorio que vemos, ¿es un cerro o una montaña? ¿Cuándo una península se vuelve simplemente un cabo? ¿Son los virus seres vivos? ¿Cuándo un cuerpo celeste es un planeta?

Estamos ante la curiosa disciplina de la clasificación. Nuestros conceptos, nuestras categorías, nuestras definiciones, nuestros conjuntos son compartimentos estancos: un elemento o bien pertenece o no pertenece al conjunto. En caso de las clasificaciones o particiones, son mutuamente excluyentes; pero la Naturaleza tiene una tendencia a las fronteras difusas. ¿Qué sucede en estos casos? Pues que estamos obligados a trazar una frontera precisa del conjunto, y esa precisión es lo que introduce un cierto nivel de arbitrariedad en la definición.

Pero ese nivel de arbitrariedad no cambia en nada a la realidad. Produce un cierto rubor tener que escribir lo evidente, pero contrariamente a lo que Esparza Ruiz increíblemente afirma, Plutón no ha dejado de existir. Los telescopios que tengan la suficiente precisión y apunten en la dirección correcta continuarán observando ese cuerpo celeste. Su composición química seguirá siendo la misma. Su órbita y su rotación alrededor de un centro de gravedad externo, debido a la influencia de Caronte, no habrán cambiado lo más mínimo. Los cálculos realizados para que la sonda Nuevos Horizontes encuentre a Plutón en 2015 no tendrán que ser revisados, ni nada habrá cambiado en las observaciones que dicha sonda realice en virtud de la decisión de la UAI. Ni, por supuesto, habrán cambiado las teorías científicas anejas, la geología, la química, la teoría de la gravitación, la mecánica, la astrofísica, etc.

Lo único que habrá cambiado, si se quiere, es el apellido del Sr. Plutón. Ya no será Don Plutón Planeta, sino Don Plutón Planeta Enano. Y por mucho que ello parezca tener un gran impacto en mentes poco informadas, el cambio es bastante trivial de cara a la ciencia involucrada.

Pero aun si no lo fuera, lo único que demostraría es que la ciencia sabe reconocer sus errores y corregirlos, cosa en que por cierto la diferencia de la mayoría de las disciplinas intelectuales humanas, generalmente mucho más empecinadas en el error.

De hecho, no es la primera vez que esto ocurre, lo cual, por cierto, echa por tierra la consideración de Esparza Ruiz de que este tipo de cosas sólo pasan gracias a que vivimos en la posmodernidad. Cuando se descubrió el primer asteroide, Ceres, en 1801, se consideró que era un planeta. Al igual que lo que sucedió con Plutón en 1930, era muy difícil determinar su diámetro en ese momento, y era el primer objeto que se encontraba en esa órbita. Sin embargo, cuando fue evidente que Ceres era uno entre muchos objetos similares ubicados entre Marte y Júpiter, los asteroides, se reconsideró la decisión y Ceres pasó a ser un asteroide. Esto ocurrió medio siglo después y no significó ninguna revolución. Ceres siguió existiendo, siguió siendo observado, y la astronomía planetaria continuó sin la menor conmoción revolucionaria. Simplemente, cuando hablamos de Ceres lo hacemos en otro capítulo del libro, no el correspondiente a los planetas, sino el correspondiente a los asteroides.

En ello Plutón y Ceres son ligeramente distintos del limbo postulado por la Iglesia Católica, de cuya existencia nunca hubo evidencia. Es increíblemente solipsista dar el mismo valor existencial a un concepto postulado y jamás observado que a dos cuerpos celestes que han sido estudiados por innumerables astrónomos, de los que existen fotografías, mediciones, cálculos y análisis. Es la manía posmodernista de igualar todo tipo de "narrativa", a la que volveremos con posterioridad.

Entremos pues a esta afirmación, la de que la realidad no es "real", sino un " proceso de interpretación subjetiva, construido por una retórica específica.

Vayamos a la primera parte: la realidad no es "real". ¿Realmente cree Esparza Ruiz lo que dice? ¿Está negando la existencia de la realidad? Varios filósofos han postulado nuestra incapacidad de conocer la realidad, pero negarla de plano, decir que no existe, son palabras mayores, una postura conocida como solipsismo.

Ahora bien, el solipsismo como tal no es refutable. Un solipsista convertirá cualquier argumento sobre la realidad en la explicación de que eso que parece ser X lo es sólo porque él lo está imaginando y él ha querido que parezca ser X. Todo es una invención de la mente, absolutamente todo.

Por ejemplo, un sujeto B podría argumentar, frente a la afirmación del solipsista A de que B sólo existe en su imaginación, que el cogito ergo sum de Descartes desmiente a A en la medida en que B puede llegar a la conclusión de que existe por introspección, a través del argumento de Descartes, convenciéndose de que el solipsista A no tiene razón. El problema, por supuesto, es que no puede convencer al solipsista A de que está equivocado: A le dirá a B que todo ese proceso mental lo ha inventado él mismo.

Sin embargo, la mayor parte de los filósofos suelen criticar el solipsismo porque en última instancia no es falsable (en el sentido de Popper); es decir, no podemos crear un argumento que pueda desmentirlo. Es por tanto, a partir de lo que plantea, hueco y estéril. Si la realidad externa no existe, si todo lo que percibo son invenciones de mi mente, entonces cualquier proceso intelectual es un juego retórico sin sentido, una invención sin consecuencias. Incluso un filósofo tan extremo como Berkeley se vio obligado a librarse de esta aporía postulando que, a pesar de que un objeto sólo existe como percepción, al existir Dios que todo lo percibe continuamente, el objeto es independiente de mi percepción..

También se puede argumentar (David Deutsch)que el solipsismo no resuelve el problema de existencia de la realidad, sólo lo traslada. En efecto, para el solipsista él mismo existe y toda la realidad es producto de su mente, pero tendría que verse forzado a reconocer que no es consciente de toda la realidad, que hay aspectos que "olvida" o que ocurren de forma inconsciente, aspectos que parecerían escapar a su control. Si esto es aceptado, la siguiente pregunta es en qué se diferencia esa parte inconsciente de la realidad que postula un realista, y la respuesta tendría que ser que son igualmente complejas. Por tanto, por el dichoso principio de la navaja de Occam, lo razonable es suponer la existencia de la realidad, una explicación más sencilla que el rebuscado argumento de que la única realidad es mi mente.

Sea como sea, lo que irrita de los posmodernistas como Esparza Ruiz es lo profundamente incoherente de su postura. Si la realidad en verdad no existe, no se pueden hacer afirmaciones taxativas sobre ella. No se puede decir, por ejemplo, que un grupo de expertos astrónomos se reunió en Praga, lo cual constituye, ¡oh sorpresa!, una afirmación sobre la realidad. Nuevamente, si la realidad no existe, lo coherente es seguir a Wittgenstein y callar sobre ella. En vez de ello, los posmodernistas no hacen otra cosa que hacer afirmaciones sobre la realidad. Esparza Ruiz no está solo. La totalidad de los posmodernistas hacen alegres afirmaciones taxativas sobre esa realidad que no es "real".

Algunos posmodernistas, cuando son confrontados directamente, niegan ser solipsistas, y dicen que lo que plantean es algo que han planteado otros filósofos razonables, como Hume: que la realidad es incognoscible. No es que la realidad no exista, es que nunca lograremos aprehenderla.

Pero para ese viaje no se necesitaban alforjas posmodernistas. Que existen límites a nuestro conocimiento es algo que cualquier científico moderno acepta. Lo que no acepta, y con razón, es que de aquí se derive la conclusión de que todo conocimiento es por tanto equivalente, que toda descripción de la realidad es igualmente subjetiva o igualmente válida. Esto es por supuesto un non sequitur. Son los que lo afirman, los posmodernistas, los que tienen que demostrar que toda narrativa sobre la realidad es equivalente, que lo mismo vale la lectura astrológica de Aramís Fuster que la genética y la psicología para comprender a un individuo, que lo mismo vale la explicación del médico brujo que lee las vísceras de un animal muerto que el diagnóstico a partir de una tomografía por emisión de positrones, el mito de la creación del cielo de los aymarás que la cosmología.

Y esto es lo que no son capaces de hacer. Y es que la ciencia, por más que pese a los posmodernistas que tanta fobia le tienen, realiza predicciones no triviales que se cumplen con regularidad. A partir de una ley general, puedo determinar en qué punto del cielo estará Plutón (que sigue existiendo) el 2 de febrero de 2008 a las 13:24:18 GMT. Cualquiera, además, podrá comprobar si mi predicción es correcta. Ninguna otra narrativa o retórica para usar el lenguaje posmoderno, puede lograr algo remotamente similar. ¿Cómo explican los posmodernistas la impresionante efectividad de la ciencia frente a otras disciplinas? No pueden.

Item más. Algunas de las consecuencias de la ciencia son tecnológicas. El señor Esparza Ruiz seguramente escribió su carta en un ordenador que funciona gracias a la mecánica cuántica, a las leyes del electromagnetismo y la teoría de autómatas, entre otras. ¿Pretende convencernos de que un chamán, usando su retórica sería capaz de algo similar? ¿Por qué no ha ocurrido? ¿La medicina tradicional salva tantas vidas como la medicina científica? Si es así, ¿por qué aumenta la esperanza de vida cuando se aplican técnicas modernas de medicina? Estos posmodernistas, cuando enferman, ¿van a tratarse a un hospital o acuden a un médico brujo del Amazonas? ¿Quieren ustedes apostar?

Pero sobre todo, como afirma ácidamente el propio Sokal, cualquiera que pretenda que las leyes de la física son convenciones sociales (o, en palabras de Esparza Ruiz, "un proceso de interpretación subjetiva, construido por una retórica específica"), está cordialmente invitado a comprobarlo saltando de una ventana. Sokal ofrece su piso, 23 plantas sobre el nivel del suelo. Yo, más humilde, sugiero el castillo de Praga, para cerrar el círculo, además de que sería muy adecuado saltar al vacío en la ciudad de las defenestraciones.

En todo caso, sirvan estos últimos párrafos para volver a resaltar, por enésima vez, la incoherencia de los posmodernistas con sus propias ideas.

El artículo es ya demasiado largo y no he podido entrar al otro aspecto interesante del posmodernismo, su jerga oscura y pretenciosa, pero totalmente retórica y hueca. Les dejo, sin embargo, un generador automático de artículos posmodernistas, sin sentido alguno, pero que son indistinguibles de los que escriben autores de carne y hueso:

http://www.elsewhere.org/pomo

Tal vez ése es el problema. A fuerza de hacer interpretaciones subjetivas construidas con retóricas huecas, los posmodernistas se han convencido de que todos son como ellos. Suele suceder.