.comment-link {margin-left:.6em;}

Botella al Mar

Una bitácora en español sobre diversos temas de actualidad y cultura. Una botella lanzada a la inmensidad de la Red.

Nombre:
Lugar: Spain

martes, junio 20, 2006

Pepe

Así llamamos en castellano a los que se llaman José. PP, padre putativo, porque eso ponían las imágenes del santo epónimo. El que siempre estaba, aunque no fuese tu padre real. Tenía voz de barítono, y una fuerza que parecía emerger de la misma Tierra, como un Anteo. De pequeño uno recuerda las manos que te alzan sin esfuerzo. La fuerza afectuosa siempre sale de la voz y de las manos. Su aparente firmeza se disolvía casi siempre en una risa que ahora no puedo olvidar; tal vez es lo mejor que uno puede recordar de alguien: su risa.

Parecía invencible. Siempre me lo pareció, con esa sonrisa y esa voz. Pero hoy le venció quien termina siempre por vencernos. Estoy a ocho mil kilómetros y no pude decirle por última vez --¿por primera?-- "te quiero"; pero creo que él lo sabía. Y son muchos, estoy seguro, los que en este mismo momento le rodean dándole las gracias por su vida.

La muerte nos vuelve filósofos o mudos. Hoy alterno entre las dos cosas. Es duro agotar el duelo tan lejos de la gente a la que quisieras abrazar para consolarnos mutuamente. He escuchado el Réquiem de Fauré sin parar un momento de llorar. De todos los réquiems, es mi favorito, junto al nada canónico de Brahms. Es extraordinariamente dulce y conmovedor, evitando el dramatismo grandilocuente de otro Réquiem que el propio Fauré aborrecía, el de Berlioz. Hay algo atroz en esa alternancia entre la serenidad y la ternura celestial de las voces, sobre todo en los arpegios finales de In Paradisum, o en el Agnus Dei, y el ruego desesperado, repetido una y otra vez con el temor íntimo --así lo interpreta un ateo-- de que las palabras no sean verdad, de que no haya algo más, de que no exista alguien que nos impida caer in profundo laco.

Como yo creo que no lo hay, sólo puedo rendir homenaje a la vida y a la remembranza. Escenas cotidianas, largamente olvidadas, surgen en mi memoria sin esfuerzo, aderezada para siempre su dulzura con el sabor amargo de la pérdida. Una luz en mi camino se ha apagado, una luz que siempre estuvo ahí. Pero fue una luz y lo será siempre en el recuerdo de quienes le conocimos. Es lo que tienen los hombres buenos.

José Areán Carrillo. DEP.