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Botella al Mar

Una bitácora en español sobre diversos temas de actualidad y cultura. Una botella lanzada a la inmensidad de la Red.

Nombre:
Lugar: Spain

miércoles, agosto 31, 2005

"Miss Jean Louise, stand up. Your father is passing."

No leer más si no se ha visto la película; contiene
"spoilers".


Hay frases que despiertan una enorme emoción, frases que hemos leído en un libro o escuchado en el cine. Cada uno tiene su propia colección de frases, y es difícil hacer sentir a otros los sentimientos que una en particular nos provoca, sobre todo cuando esas personas no conocen la frase en su contexto. Concluyo que, aunque ciertas frases nos emocionan por su magnífica factura, por lo bien escritas que están, por (casi) contener en sí mismas la perfecta consonancia de fondo y forma ("polvo serán, pero polvo enamorado"), otras son bellas y emotivas por el contexto en el que fueron pronunciadas.

Eso me pasa a mí --y según he descubierto buscando las palabras exactas en Internet, a muchas otras personas que han pasado por la misma experiencia-- con la frase que encabeza este artículo.
Son muy sencillas. Pedestres, casi: "Levántese, señorita Jean Louise. Su padre está pasando". Y sin embargo, están consideradas entre las frases más memorables de la historia del cine, y yo no puedo recordarlas sin que se me nublen los ojos. Las pronuncia un pastor negro, el Reverendo Sykes, en "Matar un Ruiseñor", dirigiéndose a la hija del abogado Atticus Finch, a quien dio vida de forma inolvidable Gregory Peck.

Atticus --hasta su hija le llama así-- es un abogado blanco en el Sur de EE.UU., en plena Depresión, que defiende a un negro injustamente acusado de violar a una mujer blanca: un caso imposible de ganar. Por poco no se llega al juicio; como era tradicional, el pueblo había pensado tomar la justicia en propia mano. Finch se enfrenta solo a la turba e impide el linchamiento en una escena de tal fuerza y realismo que, me parece, nadie que la haya visto podrá olvidarla.

Toda la historia, y en particular esa escena, está relatada a través de los ojos inocentes de Jean Louise, mejor conocida como "Scout" , la hija de Atticus, de unos nueve o diez años. Esto da pie a todo un torbellino de sentimientos y revelaciones mientras Scout se enfrenta a la vez a la figura de su padre, un hombre sabio y sereno, honesto y cariñoso, y a las peores bajezas del ser humano, encarnadas en una comunidad que se vuelve hostil y en personajes con oscuras motivaciones (no voy a destriparlo todo, no si no necesito hacerlo).

Finch representa para mí el prototipo de héroe moral que postulaba Kant, y que también encuentro en algunos de los personajes de El Señor de los Anillos, como Frodo, Sam o Faramir. Es el hombre que hace lo correcto, lo honorable, lo decente, sabiendo que seguramente no tiene la menor posibilidad de salir victorioso. Es el héroe que no sólo no espera recompensa alguna, sino que sabe que probablemente lo perderá todo en el intento. Tal vez por ello todos esos personajes me emocionan tan profundamente.

Atticus pierde el juicio. Scout apenas puede creerlo; se queda estupefacta y desolada, sentada de tapadillo en la galería superior, donde están los negros. Y entonces, el reverendo, un hombre sabio que ha conocido muchas derrotas, hace lo único que puede hacer para reconocer el combate solitario y noble de Atticus: poner de pie a toda su congregación mientras éste abandona la sala. Es el reconocimiento agradecido de un hombre bueno a un hombre honorable.

Es curioso. Cuesta mencionar esas palabras, bondad, honorabilidad, heroísmo... Parece que estuviéramos hablando de otro mundo: tales términos han casi desaparecido de nuestras vidas. Y sin embargo, ¿qué hijo no se cambiaría por Scout Finch? ¿Y qué padre no se cambiaría por Atticus?

jueves, agosto 25, 2005

La teoría de la involución

No sólo en Irak ha pasado el Sr. Bush a la ofensiva. Hace pocos días, en un discurso televisado, hablaba de la conveniencia de que la "teoría" del Diseño Inteligente, es decir, la teoría creacionista, sea enseñada en las escuelas junto con la teoría de la evolución. Aunque el Gobierno Federal no tiene, afortunadamente, la potestad de cambiar el currículo escolar, esta nueva ofensiva es preocupante. Se inscribe en una larguísima lucha, que dura ya siglo y medio, para que las fuerzas de la Razón se impongan sobre las fuerzas oscurantistas; pero ese oscurantismo ha sido, como norma general, producto de iniciativas locales que suelen topar con la oposición del más ilustrado gobierno federal. Lo preocupante es tener, como tuvimos con Reagan y ahora con Bush, un Presidente convencido fanáticamente de que Darwin se equivocó.

Hace ochenta años del famoso juicio Scopes, en que el Estado de Tennessee impuso una ley que impedía enseñar la teoría de la evolución. Los tiempos han cambiado, y ya es imposible impedir la enseñanza de Darwin, pero los creacionistas, infatigables, han cambiado de táctica: su objetivo actual es dar a su "teoría" el mismo espacio que recibe la teoría de la evolución, al tiempo que se enfatiza que ésta es sólo una teoría, es decir, algo totalmente hipotético y no comprobado.

Es verdad que el Supremo estadounidense suele revocar, por anticonstitucionales, muchas de las medidas que se toman a nivel local; pero algunas sobreviven porque no llegan al Supremo, al que es difícil, según el sistema judicial estadounidense, plantearle cuestiones de constitucionalidad. Y, de todas formas, es cuestión de tiempo para que Bush logre imponer una mayoría de jueces fundamentalistas en el Supremo.

Es necesario entender el creacionismo y la amenaza que representa. Algunos, confundidos por las credenciales científicas de algunos, muy contados, proponentes del creacionismo, piensan que éste tiene algún prestigio académico. No es así. Sus principios están radicalmente errados, y su metodología es todo menos científica.

En primer lugar, tengamos en cuenta que no existe una teoría creacionista, ni siquiera una teoría de Diseño Inteligente. No existe porque es imposible de formular: más allá de la afirmación taxativa de que todas las especies fueron creadas de forma más o menos simultánea por una inteligencia superior, la "teoría" creacionista no afirma nada. No tiene deducciones que puedan ser contrastadas con la realidad. Por ello, no puede aspirar a llamarse una teoría científica, que, como sabemos al menos desde Popper, debe contener afirmaciones "falsables", que puedan ser refutadas mediante un experimento. La teoría de la evolución cumple este requisito; el creacionismo no. Por cierto, éste es un buen momento para refutar uno de los argumentos favoritos del creacionismo, que la teoría de la evolución es "sólo" una teoría. Este argumento incurre en la falacia de anfibología: confunde dos acepciones de la palabra "teoría", la cotidiana y la formal. En efecto, en términos cotidianos, la palabra teoría nos refiere a una especulación, una hipótesis sin ninguna evidencia. Pero en términos científicos, una teoría es una construcción formal mucho mejor fundamentada. Si bien nunca podemos estar totalmente seguros de la verdad de una teoría científica (de absolutamente ninguna), podemos estar razonablemente seguros de que una teoría refleja adecuadamente la realidad. Es más: ninguna teoría bien establecida ha sido totalmente refutada. A lo mucho, se ha restringido su ámbito de aplicación, como le ocurrió a la mecánica newtoniana. Por ello, hablar de la teoría de la evolución como si fuese una simple especulación sin contraste con evidencias empíricas es una falsedad.

Ahora bien, el creacionismo no es una teoría científica. En el mejor de los casos, el creacionismo es una serie enorme de explicaciones "ad hoc" cuya única función es intentar refutar, una a una y de forma inconexa y muchas veces incoherente, las afirmaciones de la teoría de la evolución. Así, tienen que inventar una explicación que dé cuenta de la existencia de fósiles homínidos; otra que dé cuenta del parentesco filogenético de las especies; otra que explique por qué el Universo parece tener 15 mil millones de años (esta explicación, por cierto, es una de mis favoritas, según esto la velocidad de la luz se ha ido ralentizando a lo largo de los últimos cuatro mil años); otra que explique por qué la microevolución es posible y la macroevolución no. Y así hasta la náusea. El problema de esto es que va en contra de uno de los principios filosóficos de la ciencia, el de la navaja de Occam, que dice que la explicación más simple es casi seguramente la correcta. ¿Cómo puede ser la explicación más simple una que requiere cientos de explicaciones "ad hoc" distintas?

Imaginemos que llegamos a casa, nos encontramos a nuestra mujer desnuda en la cama, unos calzoncillos en la silla de la habitación, y escuchamos una respiración agitada dentro del armario. Preguntando a la parienta, nos explica que los calzoncillos son de su tío Manolo, que se le escoñó la lavadora y ella le prometió hacerle la colada; que ella está desnuda porque tiene calor (a pesar de ser enero y no tener calefacción en casa) y que la respiración agitada es un Walkman que olvidó nuestro hijo adolescente en una mochila que ella guardó en el armario. Éste es el creacionismo, que tiene que inventar explicaciones "ad hoc" para cada cosa. Creo que no necesito explicar cuál es la alternativa.

No sólo eso. Los creacionistas usan y abusan de todas las falacias lógicas del repertorio. Una de sus favoritas es "el hombre de paja", que caricaturiza la postura evolucionista y luego refuta esa caricatura. Por ejemplo, se afirma: la probabilidad de que un ojo sea creado por procesos puramente aleatorios es de una en diez a la dos millones (por decir un número). Fantástico. Qué bueno que haya usted calculado la probabilidad. El problema es que la evolución NO es un proceso puramente aleatorio, por lo que su cálculo no tiene sentido.

Otra falacia típica es la apelación a la incredulidad: "es imposible de creer"; "no se puede pensar que sea posible que..:". Este argumento es absurdo. Lo que alguien piense subjetivamente que es imposible no tiene nada que ver con lo que realmente es imposible. Hasta que no se demuestre esa imposibilidad, el argumento carece de valor. Por cierto, tal vez la única objeción inteligente a la teoría de la relatividad consiste en intentar probar esa imposibilidad. La ha propuesto Behe y se llama Complejidad Irreducible. La "teoría" pretende que existen procesos biológicos que no pueden prescindir de ningún paso, como el ciclo de Krebs (la respiración celular), y que por tanto es imposible que haya evolucionado gradualmente. Dicha teoría, sin embargo, ha sido refutada una y otra vez.

En general, el creacionismo no tiene ninguna credibilidad científica. Ignora evidencia incontestable; inventa explicaciones "ad hoc"; utiliza falacias lógicas; y, en general, está basado en principios incompatibles con la investigación científica, como la creencia dogmática en principios tales como que la Biblia es infalible. De hecho, para trabajar en el "Institute for Creation Research", la institución más prestigiosa de los creacionistas, es necesario hacer una verdadera profesión de fe: hay que creer en Dios, creer que la Biblia es literalmente cierta y es su palabra infalible, etc, etc. Es obvio que ningún instituto de investigación serio exige tales prerrequisitos a sus investigadores, a los que siempre otorga libertad de investigación y de pensamiento. Finalmente, un dato: ninguna revista científica seria ha publicado nunca un artículo creacionista. Eso quiere decir que tales artículos no pasan el estricto proceso de revisión y escrutinio a los que se someten las teorías científicas.

Los creacionistas no son científicos ni su disciplina es científica ni han formulado ni formularán jamás una teoría científica. Y sin embargo, no sólo no disminuye su fuerza, sino que, a todas luces, se incrementa. Qué triste comentario sobre la condición humana.

P.D. Un estupendo recurso para enfrentarse a las falacias creacionistas es el siguiente: www.talkorigins.org

miércoles, agosto 24, 2005

We shall overcome

Así se llamaba el himno del movimiento de los Derechos Civiles en los años sesenta en Estados Unidos, tomado de un viejo spiritual negro. A diferencia de casi todos los himnos, no es marcial ni menciona una sola vez la palabra gloria. Es pausado, casi melancólico, uno diría que acompasado a la cadencia de una larga caminata, como las que presidía en aquellos tiempos Martin Luther King. Para mí, está indisolublemente ligado a la voz perfecta de Joan Baez, en un vinilo rayado y lleno de estática, coreada por un público que no sólo iba a escuchar música, sino que tenía la ilusión de cambiar el mundo.

Eran los años del movimiento "folk", que mantenían unos pocos celosos guardianes ante la oleada de inane música "pop" que, entonces como ahora, amenazaba con ahogarlos. Los cantantes "folk", como después muchos cantautores de América Latina y Europa, reivindicaban las músicas tradicionales de sus pueblos, cantando tanto canciones tradicionales como letras nuevas de fuerte contenido social y político.

El primero, por supuesto, era el gran abuelo, Woody Guthrie, que ya en los sesenta estaba desgraciadamente fuera de circulación, víctima de una terrible enfermedad mental. Tal vez hayáis escuchado alguna vez su hermoso himno, "This land is your land", en donde además de cantar la belleza de los paisajes, reivindica que la tierra de EE.UU. es de la gente sencilla. Al respecto de esta canción decía Pete Seeger, conversando con el hijo de Woody, Arlo, que le gustaría que fuese el himno nacional de los Estados Unidos. La respuesta de Arlo Guthrie no se hizo esperar: "¡NO! ¿Te imaginas a los marines cantándolo mientras invaden otro pobre país?"

Precisamente Pete Seeger y Arlo, amigos inseparables, fueron los encargados de mantener viva la antorcha de Woody. Del primero seguramente todo el mundo conoce su canción del "martillito", "If I had a hammer", que popularizaron Peter, Paul and Mary y Trini López, pero tal vez sea menos conocido el hecho de que fue Seeger quien, tomando por un lado los Versos Sencillos de José Martí y por otro una canción tradicional cubana, de José Fernández Díaz, creó esa joya llamada Guantamera. Uno de sus discípulos, que tradujo algunas de sus canciones al español, fue Víctor Jara.

La siguiente generación del "folk" incluía nombres como el primer Bob Dylan y Joan Baez, los propios Peter, Paul and Mary y Phil Ochs, fallecido prematuramente en 1976 por la triste vía del suicidio y amigo entrañable de Víctor Jara (su "There but for fortune" es una de las más conmovedoras canciones del "folk"). También Simon and Garfunkel tuvieron una etapa "folk" al principio de su carrera. Dylan se apartó pronto del "folk" para seguir su propio --y genial-- camino. Peter, Paul and Mary, generalmente considerados unos moñas a pesar de su insobornable compromiso político, teñido, eso sí, de ternura, se mantienen al pie del cañón, cantando como si el reloj se hubiese detenido en 1967, con una tenacidad (algunos dirían terquedad) que los nostálgicos no podemos sino agradecer.

Hijos musicales de todos ellos --en algunos casos a su pesar-- son los cantantes del "folk-rock", entre los que cabría destacar al propio Dylan, cierto Eric Burdon, The Byrds y Crosby, Stills, Nash and Young (en cualquiera de sus combinaciones), Joni Mitchell, Judy Collins. Porque en efecto, el "folk" puro prácticamente desapareció, deviniendo "folk-rock". Sólo algunos veteranos, como el incombustible Pete Seeger (tiene 86 años muy bien vividos), continuaron manteniendo la débil llama de la tradición.

Mucho ha llovido desde entonces, y tal vez nos hemos vuelto todos más cínicos. Cambiar el mundo no era tan fácil, después de todo. Como canta Moustaki amargamente: "L'imagination était au pouvoir; circulez! il n'y a plus rien a voir".

En una vida caben muchas canciones, pero en la mía "We shall overcome" prácticamente desapareció hasta 1989. Volví a cantarla en la única manifestación a la que asistí en EE.UU. Fue un "candle vigil" en Stanford, la noche de Tian-an-men. Éramos muy pocos, tal vez cincuenta. Llovía un poco, con esa lluvia pertinaz del norte de California. Pero a pesar de la desolación, de pronto me sentí en contacto con una tradición ininterrumpida que me conectaba con mis admiradísimos luchadores sociales de los años sesenta. Fue inolvidable.

Y es que "We shall overcome" sigue ahí y seguirá ahí siempre, esperando nuevos cantores, porque sus estrofas tienen la sencillez de la convicción y de la verdad. El domingo pasado fue entonada de nuevo por unas decenas o cientos de voces frente al rancho Crawford, en Tejas. Y la voz cantante --nunca mejor dicho-- volvió a ser la misma Joan Baez que ha cantado toda su vida a las causas justas. Ahí estaba de nuevo, igual de vital que siempre, cantando para las madres de los soldados muertos en Irak, que ahora protestan frente a la residencia señorial de ese señor tejano que no cree en la teoría de la evolución y que probablemente haya tenido en su vida más caballos y más botellas de alcohol que libros.

Llamadme sentimental, pero ver el agostado y sonriente rostro de Joan Baez, tan bello como el de aquella chavala de los años sesenta, me causó una gran emoción. Recordé qué quiere decir "We shall overcome". Quiere decir, simplemente, venceremos. Una victoria espiritual, no militar. Porque los verdaderos EE.UU. no son los de Pat Robertson, George W. Bush, Richard Perle y Rush Limbaugh. Son los de Woody y Arlo Guthrie, Pete Seeger, Bob Dylan, Phil Ochs, Joan Baez, Peter Yarrow, Noel Paul Stookey, Mary Travers (a la que, por cierto, le deseamos pronto restablecimiento) y todos los que queramos cantar junto a ellos, porque el "folk" se hizo para cantar alrededor de una fogata, en una de esas noches donde todo es posible, hasta creer en la magia.

Vínculos:

Woody Guthrie (en inglés)

Pete Seeger (en italiano)

Arlo Guthrie (en inglés)

Bob Dylan (en inglés)

Peter, Paul and Mary (en inglés)

Phil Ochs (en inglés)

Joan Baez (en inglés)

lunes, agosto 01, 2005

Las dos inculturas

Ya hacía notar C.P. Snow la enorme brecha que se abría entre las dos culturas, la científica y la humanista. Señalaba el propio Snow que si bien se le exigía a cualquier persona medianamente educada haber leído Hamlet, el desconocimiento de la Segunda Ley de la Termodinámica se acogía en los selectos círculos de la Academia con total naturalidad, cuando no con vocinglera jactancia. El analfabetismo científico es tan normal y aceptable que una persona culta puede decir barbaridades como “todo es relativo, ya lo dijo Einstein” sin que nadie se llame a escándalo.

Pero algo hemos evolucionado desde los tiempos de C.P. Snow. Ahora ya no basta hacer gala de analfabetismo científico. Ahora también es necesario criticar ferozmente todo lo que tenga un cierto tufillo a ciencia, aunque no venga al caso, sobre todo si uno se ostenta como intelectual de izquierdas.

Y es así como nuevamente las páginas de un diario de circulación nacional se pueblan de vitriolo anticientífico sin que a nadie parezca molestarle demasiado. Esta vez es Maruja Torres la encargada del dudoso honor de abanderar el irracionalismo a la mode, para desesperación de los que creemos firmemente que el compromiso de los intelectuales con la cultura, sobre todo si son de izquierdas, tendría que pasar necesariamente por la defensa de la ciencia.

Porque no sólo es la ciencia cultura, y de la mejor que hemos creado los humanos; es además nuestra mejor defensa contra el oscurantismo y la irracionalidad que tanto se empeñan algunos en imponernos.

Hubo un tiempo en que la izquierda reconocía de forma abrumadora estas cualidades en la ciencia, y se proclamaba su más firme defensora, pero al parecer lo que ahora está de moda es despreciarla muy progre y muy posmodernamente como “sólo un discurso más” no sólo sin valor epistemológico sino francamente malévolo, una pérfida estructura de dominación masculino-occidental pergeñada por el villano establishment para jorobar con ella a los buenos de la peli. Al fin y al cabo, es tan políticamente correcto, tan “in”, tan tope guay, tan, tan…. tan enternecedoramente adolescente asumir implícita o explícitamente el descerebrado silogismo de que

Establishment = subconjunto de todo lo malo malísimo perverso de la muette que en el mundo existe

Ciencia = subconjunto del Establishment;

Ergo, Ciencia = subconjunto de todo lo malo malísimo
perverso de la muette que en el mundo existe.


Desafortunadamente, esto es exactamente lo que hace Maruja Torres cuando habla de que Deep Impact, la sonda que fue disparada contra un cometa, “agrede” el Universo. ¡Agredir el Universo! Qué verbo más presuntuoso, qué verbo más ignorante.

Señora Torres, para su información el Universo se “agrede” a sí mismo trillones de veces todos los días con fenómenos billones de veces más violentos que el simple y trivial choque de dos pequeñísimos cuerpos en órbita solar. ¿Tiene usted idea de la cantidad de meteoritos que bombardean todos los cuerpos celestes, incluyendo la Tierra? ¿De la energía liberada en una tormenta estelar? ¿En el interior de un cuásar? ¿En la colisión de dos galaxias? A juzgar por sus comentarios finales, en los que “el cielo poseía una cualidad de gruta, de refugio plácido y cercano”, me parece que no. Si usted entendiera un ápice de esa astrofísica que tanto parece despreciar, no creo que se le ocurriese el epíteto “plácido” para describir este Universo nuestro de inaudita violencia.

Y por cierto, ¿dónde estaba usted cuando el cometa Shoemaker-Levy 9 “agredió” a Júpiter con una lluvia de fragmentos de más de un kilómetro de diámetro, provocando varias explosiones equivalentes a cientos de bombas nucleares? No recuerdo sus lamentos entonces. ¿Acaso están ellos reservados, en otro ejercicio de maniqueísmo pueril, a los objetos que ostentan una "gigantesca" bandera estadounidense?

Dicen que la ignorancia es temeraria, y Maruja Torres se encarga de ilustrarlo a la perfección en este artículo. Tira de espaldas la densidad de errores científicos en un texto en el que, después de todo, no se habla de ciencia sino tangencialmente. El ya consignado es una perfecta muestra de un ecologismo de corte talibán al que yo no basta con salvar a Gaia, sino que aspira a evitar toda mácula humana en un cosmos de idealizada pureza. Probablemente no existe pensamiento más anticientífico que éste, que no toma en cuenta la escala de los fenómenos, magnificando irracionalmente un pequeño impacto que no ha logrado siquiera cambiar la trayectoria del cometa de forma significativa. Es como quejarse del desaprensivo que "prepotentemente" "agrede" al océano derramando en él una gota de agua embotellada.

Pero con ser clamoroso, como queda dicho, no es el único error científico. Hay uno implícito en llamar Universo al espacio exterior, pensando tal vez con cierta ingenuidad que dicho Universo no incluye a la autora ni a la isla de Mallorca ni a los merenderos horteras de los que nos habla. Porque si a agresiones al Universo vamos, habría que preguntarse si no es igualmente agresivo contra ese Universo la cantidad de roca metamórfica que ha sido extraída a lo largo de los siglos de un sitio llamado Carrara. Me viene a la mente porque precisamente por las fechas en que la señora Torres escribía desde Mallorca lamentándose de no sé qué agresiones mientras observaba las estrellas, yo veía desde la autostrada la montaña “agredida” ancestralmente por los proveedores de los artistas toscanos, y algo me dice que mucha más montaña ha sido “agredida” en Carrara que hielo en el cometa que tanto preocupa a nuestra autora. Ah, pero contra esa “agresión” no sería chic escribir, porque de la misma surgieron obras de arte maravillosas, ¿no?

Continuemos. En el último párrafo se nos dice que no le importa a la autora el origen del Universo, y mucho menos conocerlo a través de un “prepotente impacto” (sic). ¿Sería mucho pedirle a la autora que no confunda el origen del Universo con el del Sistema Solar, fenómenos totalmente distintos? ¿Será que la autora confunde al Sistema Solar con el Universo?

Esta falta de rigor demuestra esa temeridad del analfabetismo científico de la que hablaba yo al principio. Si una persona dijera que no le gustó Hamlet "porque es una novela con mucho diálogo y casi nada de descripciones" (afirmación por cierto real de un estudiante de instituto), la hilaridad ante el paletismo exhibido estaría plenamente justificada. De hecho, sería lógico, después de controladas las convulsiones de la risa, señalarle al perpetrador de la frase la verdad, en mis tiempos incontestable, de que para criticar algo siempre es buena idea conocer lo que se critica. ¿Por qué entonces piensan tantos intelectuales que pueden criticar a la ciencia cuando demostradamente no tienen la más mínima idea de lo que están hablando?

Por supuesto que la Sra. Torres tiene derecho a no interesarse por el origen del Universo. Lo que no es de recibo, a mi juicio, es denostar a los que sí se interesan por tal origen, y colocarlos ante el falso dilema par excellence del debate entre las dos culturas: suponer que o bien uno tiene la sensibilidad para contemplar una noche estrellada y extasiarse ante ella o bien uno es miembro de esa pérfida cultura científica que, en palabras de Keats, destejió el arcoiris.

Keats se equivocó. El arcoiris sigue ahí, tan hermosamente tejido como siempre. Acabo de ver uno bellísimo sobre el Lago Maggiore, en la mágica compañía de mi hijo. La Luna no ha perdido un ápice de belleza porque sepamos que la fuerza gravitacional que ejerce sobre la Tierra es responsable de las mareas. No, no se trata de dos actitudes mentales excluyentes; sólo complementarias. De hecho, todos los astrónomos que conozco logran conjugar las dos cosas, el éxtasis ante la belleza y la pasión por las leyes ocultas que la hacen posible, sin el menor problema. No otra cosa, por cierto, hace un crítico que analiza racionalmente una obra literaria o una sinfonía o una escultura sin por ello perder la emoción estética. Es un profundo milagro del intelecto humano poder funcionar a tantos diversos niveles. Un milagro que confirma la torpeza intelectual de todo maniqueísmo.

En todo caso, me consta que nadie como los astrónomos disfruta y ama una noche estrellada, y que de hecho trabajan activamente para que la contaminación lumínica que sufren nuestras ciudades se reduzca y todos podamos gozar de nuevo de la visión cotidiana de las estrellas.

No puedo terminar sin referirme a otro punto en el texto criticado, uno que me parece particularmente tramposo. En el segundo párrafo Maruja Torres nos dice que el Sr. Bush cree científicamente demostrado que el ser humano desciende de Adán y Eva. Digo tramposa porque es una forma de relacionar a través de la palabra "ciencia" a los pacíficos científicos del JPL de la NASA, cuyas tendencias en política educativa, sean republicanos o demócratas, seguramente está en las antípodas del Sr. Bush, con las retorcidas y delirantes ideas creacionistas de éste. Nada más lejos de la verdad. Bush no cree esos delirios gracias a la ciencia. Todo lo contrario. Lo cree porque lo leyó en la Biblia, que por dogma, según él y sus colegas fundamentalistas, es literalmente verdadera. Ningún científico serio que yo conozca sería capaz de afirmar algo así. Por cierto que me dejo en el tintero por falta de espacio la afirmación de que Bush obliga a las escuelas a enseñar la doctrina, lo cual es rotundamente falso dado que, entre otras cosas, el Gobierno Federal no tiene autoridad ninguna sobre los currículos escolares, no sin preguntarme cómo es posible que un artículo tan corto contenga tantas imprecisiones y falsedades, y si el resto de sus colaboraciones están escritas con tan poco rigor.

Pero volviendo al punto, los científicos del JPL de la NASA están, como digo, en las antípodas del pensamiento del Sr. Bush. Quien si está muy cerca de dicho pensamiento, dado su compartido desprecio por la ciencia, es precisamente la Sra. Torres, imagino que para su horror. En ambas inculturas reluce como una fúnebre luz negra la verdadera prepotencia: la de la ignorancia.

Referencias

C.P. Snow, Las Dos Culturas

Richard Dawkins, Unweaving the Rainbow