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Botella al Mar

Una bitácora en español sobre diversos temas de actualidad y cultura. Una botella lanzada a la inmensidad de la Red.

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Lugar: Spain

miércoles, febrero 02, 2005

Dos formas de decir "no"

Nadie esperaba que el Parlamento Vasco aprobara el Plan Ibarretxe el pasado 30 de diciembre. Los votos afirmativos de Batasuna cambiaron la ecuación política de Euskadi y de España. Por un lado, propicionaron un acercamiento --que esperemos duradero-- entre los dos principales partidos nacionales ante la crisis que se avecinaba. Por otro, cambiaron la estrategia electoral del PNV y del PSE en Euskadi de cara a las próximas elecciones.

Es razonable pensar que Ibarretxe nunca creyó llegar tan lejos. Pero ahora que lo ha hecho, será interesante observar su reacción después de la negativa del Congreso a aprobar el Plan y permitirle continuar su andadura hacia el siguiente paso, el referéndum. Creo que no tendremos que esperar mucho. Hoy mismo sabremos si Ibarretxe sigue la ruta extrema de convocar un referéndum ilegal o si, por el contrario, decide que las elecciones se conviertan en un plebiscito del Plan, pues no de otra forma serán presentadas por el PNV.

Independientemente de esto, ayer vivimos uno de los momentos estelares de la democracia española. Las intervenciones principales fueron de alto calibre, el tono moderado, sin inútiles crispaciones, el respeto casi unánime. Si en un asunto tan grave como el que ayer se discutía se puede dar tal lección de parlamentarismo, uno se pregunta por qué nuestros diputados son incapaces de hacerlo cuando lo que está en juego es mucho menos importante.

Pero al loro. Ibarretxe, por supuesto, repitió su discurso de siempre, lleno de alusiones a derechos míticos, agravios reales o imaginados --victimismo en estado puro--, hipócritas ofertas de diálogo --justificaré mi adjetivo en un momento-- y oraculares certezas sobre la verdadera voluntad del pueblo vasco. Zapatero, Rajoy y Rubalcaba desmontaron por completo el discurso de Ibarretxe, resaltando la importancia de la ciudadanía y la legalidad por encima de mitologías. Zapatero le espetó --con talante, eso sí-- a Ibarretxe que no tenía derecho de erigirse en voz de todos los vascos. Rajoy le dijo --con ironía gallega-- que no tenía derecho a decidir quién era constituyente y quién no. También fue el que mejor exhibió la hipocresía de Ibarretxe. Le hizo ver que había presentado su plan como un todo cerrado, pero no sólo ante las Cortes, sino también ante el Parlamento Vasco, que no había admitido enmiendas ni de sus socios de gobierno, que se había cerrado en banda por completo, y que, además de todo, comparecía ante el Congreso con la firme voluntad de hacer lo que quisiera, sin importarle qué decidiera el Congreso. Finalmente, Rubalcaba se encargó de desmontar con claridad de ideas y exposición admirable los argumentos jurídicos y políticos de Ibarretxe. Todos ellos coincidieron, por supuesto, en el respeto a la legalidad. Coincidieron también en la exigua mayoría que el Plan había obtenido en el Parlamento Vasco. Este punto fue especialmente explotado por el PSOE, y en particular por un Zapatero que, en su mejor momento, atribuyó a la falta de consenso todos los fracasos anteriores de los esfuerzos constitucionales españoles. Consenso, recordémoslo, no es unanimidad. Es el programa de mínimos que todos pueden aceptar, así sea a regañadientes. Y ese consenso falta, qué duda cabe, en el Plan Ibarretxe.

No sólo las encuestas reflejan casi empatadas las posturas a favor y en contra del Plan (alrededor de un 45% en ambos casos), sino que existe un dato aún más preocupante. Entre los que votarían a favor del Plan, hay un porcentaje no despreciable que no están en el fondo de acuerdo con él. Simplemente piensan que, gracias al Plan de marras, será más fácil acabar con la violencia y vivir en paz. Esto es terrible, y es uno de los mejores argumentos en contra de llevar a cabo un referéndum hoy en día. Importantes sectores de la sociedad vasca votarían por el Plan no por sus bondades, sino por la situación de violencia que se vive en Euskadi. En condiciones normales, no votarían a favor del Plan. Es imperativo eliminar ese sesgo; pero, por supuesto, al PNV no le interesa demasiado hacerlo.

En todo caso, hasta aquí las coincidencias entre PP y PSOE en el debate de ayer. Hablemos de la gran diferencia: Rajoy defendió el inmovilismo más absoluto, mientras que el Presidente de Gobierno y su partido se mostraron dispuestos a negociar un nuevo estatuto desde el diálogo y el consenso. Por supuesto, los comentaristas de la derechona histórica e histérica de siempre han aprovechado esta oferta para hacernos ver que "Zaparreche" también quiere la disolución de España, pero a su manera, que nos entregará atados de pies y manos a los nacionalistas. No cuela; estoy seguro de que la ciudadanía, salvo en sus sectores más extremos, apreciará por un lado la firmeza del "no" al Plan Ibarretxe y por otro la voluntad de diálogo manifestada.

Es evidente que algo hay que hacer, y ese algo no es encastillarse en la posición extrema de no diálogo, no negociación. Tanto en Euskadi como en Cataluña existe voluntad de cambiar los estatutos. De la actitud del Gobierno dependerá mucho si tales cambios se radicalizan o no. O, mejor dicho, si en Euskadi se puede reconducir la situación, que ya está radicalizada, y en Cataluña evitar que se salga de madre.

Respecto al resto del debate, nada al nivel de lo anterior. Los nacionalistas de diverso cuño arrimando el ascua a su sardina, Llamazares haciendo piruetas para explicar por qué su formación ha sido la única capaz de votar simultáneamente las tres opciones posibles (sí en el Parlamento Vasco y no y abstención en el Congreso), la portavoz de EA patinando sobre la importancia de contar con mujeres en un proceso de paz. A Labordeta, siempre interesante, no pude verlo.

Habrá que ver ahora qué se opina en Euskadi. El PNV hará su típico victimismo, qué duda cabe. Pero la voluntad reformista del PSE puede ser fundamental para establecer puentes, y, espero, los cuidadanos sabrán apreciar el hecho de que si el Plan fue devuelto, no fue para imponer un plan desde Madrid, sino para pedirles a los vascos que se pongan ellos de acuerdo. Ésa es la clave.

Addendum del 3/2/2005: Acabo de leer el estupendo ensayo de Francesc de Carreras sobre la necesidad de las Constituciones para garantizar derechos fundamentales y evitar que una mayoría coyuntural "ebria" haga naufragar el barco. Esta última imagen evoca a Stephen Holmes, que compara la Constitución con las ataduras que Ulises se impuso para evitar que el canto de las sirenas le hicieran cometer una insensatez. Imprescindible:

http://www.lavanguardia.es/web/20050203/51176239581.html

(El registro es gratuito).

martes, febrero 01, 2005

Elecciones en Irak

Leo bitácoras y foros de izquierda y veo con preocupación que la gran mayoría se dedica a cuestionar las elecciones iraquíes con diversos y peregrinos argumentos. Han caído en los peores defectos del pensamiento de izquierda, la polarización maniquea de los extremos, el recurso al atrincheramiento maximalista que supuestamente otorgan la razón moral impoluta y la posesión de la verdad. Como Bush apoya estas elecciones, reza el razonamiento implícito, es imposible que nosotros, los que nos opusimos a la guerra, podamos apoyarlas. El enemigo de mi enemigo, reza otro razonamiento aún peor, es mi amigo; sus victorias las mías, sus derrotas, también. Se equivocan, se equivocan trágica y totalmente.

A nadie se le oculta que estas elecciones han ocurrido en una situación que difícilmente podríamos llamar idónea. En efecto, la elección ha estado muy dividida étnicamente, con partidos y votantes kurdos y chiíes demostrando gran participación y entusiasmo y suníes boicoteando la votación; con una situación de violencia y amedrentamiento que impidió el desarrollo de campañas electorales normales; con algunas opciones políticas --notablemente las suníes y entre ellas el Baaz-- ilegalizadas sin dar explicaciones; con todas las ventajas otorgadas a la opción preferida por el gobierno estadounidense.

Pero lo que tendríamos que preguntarnos es cuál era la alternativa. ¿De verdad queremos ver a los marines arriando la bandera a toda prisa mientras la gente cuelga de los patines de los helicópteros que despegan asustados de la Zona Verde mientras el partido Baaz --o algo peor-- se hace con el poder, sumiendo a Irak en un nuevo baño de sangre y represión? ¿A quién puede convenir que Al Zarkawi, "emir" de Al Qaeda en Irak ungido directamente por Bin Laden, se salga con la suya? ¿No ha expresado ese individuo que otorgarle el poder al pueblo es un pecado contra Dios y que piensa asesinar a los pecadores?

Cualquier solución alternativa es peor. Preserva indefinidamente la ocupación y la violencia concomitante, alimentando por tanto el terrorismo y el odio. Con un gobierno civil electo, aunque su legitimidad sea algo problemática, existe al menos la oportunidad de comenzar a desmontar el conflicto. Se abre la posibilidad de que las tropas salgan, y de que, eliminado este foco de conflicto, el país razonablemente comience a funcionar. Y se abre la posibilidad de negociar con los sectores de la resistencia que estén abiertos a una solución (es decir, todos menos Al Qaeda). En retrospectiva, eso fue lo que pasó en El Salvador hace unos veinte años, cuando EEUU apoyó con toda su energía unas elecciones muy deficientes, pero que inauguraron un gobierno que contó finalmente logró firmar la paz. Recuerdo que muchos nos oponíamos vehementemente a dichas elecciones, que tachábamos de fraudulentas, prefiriendo el triunfo revolucionario del FMLN. Nos equivocamos, por supuesto. No en la valoración de las elecciones, sí en la elección de alternativas.

En El Salvador entonces la gente se apuntó masivamente al ejercicio democrático. Igual que en Irak ayer. No podemos olvidar el valor y la ilusión de los votantes iraquíes, que son la mejor garantía --de hecho, la única esperanza-- de que en Irak pueda haber un futuro mejor. Después de tanto sufrimiento, se lo han ganado. Y votaron en condiciones que a los desengañados abstencionistas occidentales deberían recordarles lo importante y valioso que es ejercer ese mínimo momento ciudadano que damos tan fácilmente por sentado, que despreciamos con tanta frecuencia, del que olvidamos lo difícil que ha sido conquistarlo.

La invasión fue un error y un acto claramente ilegal, sí. Abrió la caja de los truenos, sí, convirtiendo a Irak en un problema intratable. Pero por algún lado hay que comenzar a resolver el problema. Es lo pragmático, y sobre todo, es lo humano. Se lo debemos a los principales afectados, los iraquíes.