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Botella al Mar

Una bitácora en español sobre diversos temas de actualidad y cultura. Una botella lanzada a la inmensidad de la Red.

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Lugar: Spain

miércoles, septiembre 21, 2005

Un héroe olvidado

Ser hijo del exilio marca. Como dicen del bautizo, imprime carácter indeleble. A veces envidio a los que pueden decir, sin la menor duda, ésta es mi tierra. En aquel cementerio están mis tatarabuelos, y ahí reposaré yo. Yo no puedo. Estoy suspendido a mitad del Atlántico, oscilando siempre entre dos amores y dos nostalgias. En un sitio, a diez mil kilómetros de su Galicia natal y de los campos y ríos que sobrevolaba cuando era dichoso, está enterrado el abuelo aviador, el que luchó en la guerra... y la perdió. Eso también marca, ser hijo de derrotas. De derrotas dignas, claro está.

El abuelo hizo la ruta consabida: Barcelona, La Jonquera, Argelès-sur-Mer y su campo de concentración. Mientras, mi abuela y sus hijos encontraban refugio en el Orán francés, al lado de una hermana. Finalmente, la familia pudo reunirse en Orán, gracias a algún proviso de reagrupación familiar que permitió el gobierno de Vichy y a que, me dicen, mi tía abuela no cejó en su esfuerzo de reclamar a su cuñado. Fueron años de privaciones. Lo habían perdido todo, absolutamente todo. Apenas puedo imaginar su desesperanza.

Pero sin ellos saberlo, algunos héroes conspiraban para devolverles algo de lo que habían perdido. El primero de ellos se llamaba Lázaro Cárdenas y era Presidente del lejano México. Amigo insobornable de la República Española, durante la Guerra hizo todo lo que estuvo en su mano para ayudarla, tanto diplomática como militarmente, enviando armas, sin olvidar la acogida que brindó a algunos de esos niños de la guerra que dejaron su patria sin saber que era para siempre. La política exterior de México (con equis, si no es mucha molestia), país invadido y mutilado desde casi su nacimiento, se había caracterizado siempre por su nobleza e idealismo, pero en tiempos de Cárdenas esa política alcanzó cotas nunca imaginadas. Derrotados los republicanos, Cárdenas decidió que su misión era salvar a tantos como pudiera. Salvarlos de las garras de Franco, cuyo ministro de Exteriores, Serrano Suñer, ya exigía extradiciones a Vichy, ya le decía a Ribbentropp que los españoles exiliados eran apátridas y la Alemania nazi podía hacer con ellos lo que quisiera. Salvarlos también del propio Vichy y de los nazis.

Cárdenas hizo algo asombroso. Dispuso que México acogiera a todos los exiliados que lo solicitaran, sin ningún distingo, sin pedir contraprestación alguna, con los gastos de transporte a cargo del propio gobierno mexicano. Mientras daba las órdenes pertinentes, declaraba convencido: "No podemos aceptar que haya un hombre en el mundo que carezca de un lugar donde vivir”

Creo que es difícil encontrar en toda la historia un acto semejante de solidaridad, desinterés y nobleza. El Secretario (Ministro) de Exteriores encargado de esta magna operación se llamaba Isidro Fabela, otro nombre para recordar, otro hombre que los españoles deberíamos honrar por la entrega y abnegación de que hizo gala en aquella empresa. Pero en mi corazón hay un hombre que les supera, cuyo nombre no puedo conjurar sin que los ojos se me aneguen de lágrimas, y que desgraciadamente, que yo sepa, no tiene monumento ni calle dedicada en ninguna ciudad mexicana ni española.

Fue el hombre encargado de llevar a cabo la monumental operación: el embajador de México ante Vichy, Don Luis Rodríguez. Sería largo relatar todas las gestiones que Rodríguez tuvo que realizar, desde el esfuerzo de documentar a 100.000 exiliados (se dice pronto) sin contar más que con un pequeña oficina, cuatro diplomáticos a su cargo, y un Buick negro, hasta fletar barcos, conceder visados, negociar acuerdos, y en general ocuparse de la logística que representaba enviar a decenas de miles de personas a través del Atlántico con todos sus papeles en regla. Quien quiera enterarse de parte de esos esfuerzos, debería leer el artículo que Jordi Soler, exiliado como yo, escribió en El País Semanal y que me encuentro aquí.

Mi familia fue una de las beneficiadas por las febriles gestiones de Don Luis. Embarcaron en el vapor Nyasa con destino al puerto de Veracruz y a una nueva vida. Fueron recibidos, por cierto, en dicho puerto por una gran concentración sindicalista mexicana, entre cuyas pancartas se leía una que ponía: "El sindicato de tortilleras da la bienvenida a los republicanos españoles". Mi abuela lo contaba riéndose, recordando el rostro demudado que habían puesto sobre todo las señoras, mirándose unas a otras como diciendo: "Joer, qué adelantados están en este país..." En realidad, una tortillera en México es la que confecciona las tortitas de maíz, las tortillas, que son la base de la alimentación popular.

Por supuesto, Rodríguez no consiguió evacuar a los cien mil. Sabemos que algunos regresaron a España, y que esto les costó cárcel o algo peor. Otros encontraron asilo en Chile, gracias nada menos que a Pablo Neruda, o en Argentina, o en muchos otros países iberoamericanos. Otros fueron a parar a Mauthausen y la mayoría no volvió. Otros engrosaron --y engrosaron mucho-- las filas de la Resistencia y la Columna Leclerc, la primera que entró, pocos años después, a un París liberado. Y otros... otros murieron en Francia.

Entre ellos, por supuesto, Don Antonio Machado y Don Manuel Azaña. Cárdenas giró instrucciones específicas a Rodríguez para que protegiera a Azaña, una labor endiablada porque Serrano Suñer no cejaba en su intento obsesivo de extraditarlo a España. Azaña era por entonces un hombre enfermo y derrotado. Rodríguez, nos cuenta Soler, le visitó el 2 de julio de 1940, en la casa del doctor Cave, en Montauban.

Le dejo la palabra a Soler:

El presidente y su esposa habían tenido que escapar de la casa de Pyla-sur-Mer a bordo de una ambulancia perseguidos muy de cerca por los agentes de Franco. Azaña ya estaba desde entonces gravemente enfermo y habla mandado llamar al embajador para contarle de la fatiga y la angustia que le provocaban esas perse­cuciones. Rodríguez le prometió que trataría su caso con el ma­riscal Pétain y antes de despedirse, le entregó 2.000 francos que le enviaba el general Cárdenas y que Azaña aceptó a regañadientes y sólo a condición de que fueran considerados un préstamo que devolvería en cuanto pudiera.

Nos cuenta Soler a continuación el resultado de tal entrevista con un Pétain desdeñoso y altivo, que sin embargo prometió algo de colaboración extraoficial en la protección de Azaña.

Sigue Soler:

La Legación brincaba completa, con máquinas de escribir y maletas llenas de documen­tos, de Saint.Jean-de-Luz a Biarritz y de Montauban a Vichy y de ahí a Marsella, donde un grupo de agentes italianos sustituían las funciones de espionaje de los agentes de Franco, que ya empeza­ban a aparecer por todas partes con una profusión y una fre­cuencia alarmantes. La Gesta­po y el Gobierno de Vichy sos­pechaban que la Legación de Rodríguez utilizaba sus privile­gios diplomáticos para favore­cer a republicanos que estaban en las listas de españoles extra­ditables que enviaba semanal­mente Franco. Tampoco veían con buenos ojos la protección que el Gobierno de México le había ofrecido al presidente Azaña y sostenían, quizá para darle más consistencia al expe­diente, que el embajador sola­paba y alentaba actividades políticas comunistas. Tantas sospechas se tradujeron en una cauda de espías que iba jalando el Buick negro de Rodríguez por todo el sur de Francia.

El 22 de agosto, el embaja­dor consiguió que se firmara un acuerdo entre los Gobier­nos de México y de Francia para que los refugiados que se habían apuntado en el plan de evacuación de Cárdenas no pudieran ser extraditados a España. A principios de sep­tiembre, cuando la Legación itinerante ya había logrado instalarse en el hotel Midi de Montauban, las peticiones de extradición de Franco sumaban 3.617 nombres, y a éstos había que agregar las extradiciones espontánea5~ a partir de un rumor o un pitazo, que efectuaban por libre los agentes españoles o los de la Gestapo; estas últimas, por descontroladas e impredecible5~ tenían aterrorizadas a familias completas que optaban por vivir ocultas en sótanos o en bodegas. Rodríguez se dio cuenta pronto de que el acuerdo entre Francia y México no iba a respetarse, por una parte no se veía que redujera el acoso a los republicanos y por otra, la ayuda parca que Pétain había ofrecido en el caso de los Azaña, se había evaporado una semana después: un grupo de Falange había capturado a Cipriano Rivas Cherif, cuñado y cola­borador del presidente y lo había regresado a España con el áni­mo de juzgarlo y fusilarlo.

Rodríguez movía todas sus fichas diplomáticas, iba de oficina en oficina buscando aligerar la situación de los republicanos, y mientras tanto, con la idea de extender su margen de operación, había puesto a ondear la bandera mexicana en las habitaciones, 7, 9 y 11 del hotel Midi, y había declarado territorio mexicano los metros cuadrados que ocupaban. Esto le dio la oportunidad de asilar ahí mismo, en las habitaciones 7 y 9, a decenas de refugiados perseguidos.

El 15 de septiembre, Rodríguez rescató al presidente Azaña de las garras de los agentes de Franco y le dio asilo en la habitación número 9. Tenía la idea de trasladar al presi­dente a otra ciudad y eventualmente, si él accedía y su salud lo permitía, llevarlo en barco o en avión a México; pero antes de que pudiera hacerse nada, llegó, del prefecto de Montau­ban, la prohibición de mover a Azaña de donde estaba, y un poco después, su precaria salud terminó de inmovilizarlo y fue consumiéndolo hasta que murió, en el territorio mexica­no de su habitación, el 4 de noviembre.


Así pues, podemos decir que Azaña murió en territorio mexicano, amparado por el gobierno del General Cárdenas. Pero la protección no terminó con la muerte. Rodríguez tendría aún un gesto maravilloso con el malogrado Presidente de la Segunda República Española. Dejemos que Soler, que lo cuenta magistralmente, continúe el relato:

Al día siguiente, cuando el cortejo fúnebre se preparaba para salir, llegó nuevamente el prefecto de la ciudad a prohi­bir cualquier tipo de manifestación colectiva y a exigir que, en lugar de la bandera republicana que cubría el féretro de Azaña, se colocara el pabellón de Franco. Rodríguez se negó en redondo y, para evitar una confrontación que de ninguna forma hubiera podido ganar, le dijo: ‘Lo cubrirá con orgullo la bandera de México- Para nosotros será un privilegio; para los republicanos, una esperanza, y para ustedes, una doloro­sa lección”.

[...]

El embajador Rodríguez murió en México en 1973 y hasta entonces mantuvo contacto con la comunidad de refugiados españoles. El día de su entierro, un grupo de republicanos cerró el círculo que don Luis había abierto, 33 años antes, en el sepelio del presidente Azaña: agradecidos hasta el final con ese hombre, con ese embajador cuya aura diplomática los había protegido del peligro, devolvieron su cuerpo a la tierra envuelto en una bandera republicana.


Tengo una tricolor en casa. Y cada vez que la veo, me acuerdo del injustamente olvidado Don Luis Rodríguez, mexicano de gran corazón y amigo insobornable de la verdadera España. Algún día le haremos justicia.

P.D. Gracias, Jordi Soler, muchas gracias por esta maravillosa historia.

sábado, septiembre 17, 2005

Pequeña digresión personal

No soy muy amigo de utilizar la bitácora para mis digresiones, pero llevo un buen tiempo queriendo comunicar algunas cosas, y tal vez éste es un buen momento.

Cuando comencé la bitácora no sabía exactamente lo que pensaba hacer con ella. Empecé a publicar artículos de alto contenido partidista en un momento en el que estaba muy cabreado con la situación política española. Después de pocas entregas, a principio de año, sentí que no quería seguir por esa ruta. Por un lado, mis artículos comenzaban a ser escritos como reacción de sucesos políticos que me indignaban, lo cual me enmarcaba en un discurso excesivamente partidista. Por otro, era demasiado desgastante. El resultado es que dejé durante meses la bitácora, un tanto asqueado. Por supuesto esto implicó su buena dosis de culpa judeocristiana: sentía que estaba fallando a mis cuatro lectores.

Sin embargo, a instancias de varios amigos, y sobre todo de Su (mi generala), terminé por retomar la bitácora. El periodo de descanso permitió a mi juicio una disminución radical de la crispación, y ha llevado esta bitácora a reflexiones más profundas y más enriquecedoras, sin renunciar por ello a mis principios.

Quiero por ello dar gracias. Primero a Su, que es el mejor apoyo que cualquiera pudiera soñar, la persona que con su amor inagotable y diario me inyecta la energía que sólo puede derivarse de la felicidad. Y luego a los amigos que han estado siempre aquí, esperando que volviera a publicar. Al Orquito Feliz, gran y admirado compañero, del que no tengo noticias pero que espero que aún se pase por aquí de vez en cuando. Y todos los que vienen aquí desde los diversos foros donde promoví la bitácora, Jota, Marianela, muchas gracias y perdón por no haberos respondido en su momento.

Debo también agradecer a las personas que me han enlazado desde La Trinchera (Wilson, Nexus e Ifigenia), Apostillas (Magda), Reflexiones de un Modernista (Wallenstein77) y Locura (Winifredo), además de El Rincón del Mono y Viva la Utopía.

Gracias a todos por vuestra paciencia y apoyo. Gracias, sobre todo, por leerme.

Un saludo.

viernes, septiembre 16, 2005

Libre al fin

"I could be bound in a nutshell and count myself a King of infinite space!"

Hamlet, Acto II, Escena II

"La libertad no hace felices a los hombres. Los hace, sencillamente, hombres"

Manuel Azaña.
.

En mi último artículo tengo un estupendo comentario de alguien que inadecuadamente se hace llamar "Absurdo", y que hace una crítica de mi concepto de libertad. Según él, me inclino por considerar a la libertad como una elección entre cosas agradables. Nos dice "Absurdo" que la libertad existe incluso cuando la elección es entre dos males, o, como en el caso del pederasta, cuando se elige hacer el mal.

Tengo que agradecer a "Absurdo" que me haya hecho pensar mucho más profundamente en este tema, que me haya obligado a documentarme y a rememorar ideas semiolvidadas que estudié alguna vez. Tengo que agradecerle este artículo que sin él, por pura pereza, probablemente no hubiera sido escrito. Y después de agradecérselo, pasaré a la ofensiva...

Me parece que "Absurdo" confunde libertad con libre albedrío. El libre albedrío es, en efecto, un tipo de libertad que subyace a todas las demás: la libertad de elegir. No me meteré ahora en disquisiciones filosóficas sobre libre albedrío y determinismo. A los efectos de esta exposición tendremos que aceptar a priori, como suele hacer casi todo el mundo, que el libre albedrío existe, pues negarlo implica necesariamente negar la posibilidad de la libertad en general.

Es evidente que sin esa capacidad para elegir no existiría ninguna otra libertad; pero afirmo que el libre albedrío no es condición suficiente para la existencia de libertades. El libre albedrío es una característica fundamental del ser humano: existe siempre. La libertad, las libertades, como todos sabemos bien, son conculcables, contingentes.

Pasemos a analizar eso que llamamos libertad. Yo comentaba en el artículo anterior que sería necesario hacer una crítica del concepto. Los teóricos liberales cuyos análisis leo últimamente, al parecer menos dispuestos a la filosofía que a la economía, cuando no al dogma, mantienen a mi juicio un concepto más o menos ingenuo de libertad, lo cual no deja de ser curioso en la medida en que ese concepto es central a su pensamiento.

Por supuesto, hay pensadores como Isaiah Berlin que han analizado largo y tendido los diferentes conceptos de libertad, pero los liberales de la escuela austriaca parecen ignorar a pensadores más filosóficos, como Berlin. Y sin embargo, éste hace una distinción fundamental entre libertad negativa y libertad positiva, el estar libre de una restricción y el ser libre para hacer alguna cosa, respectivamente. La libertad positiva requiere un autoreconocimiento del ser humano como ser libre y una voluntad de ejercer esa libertad, de tomar control de la vida propia y realizarse en tanto ser humano.

El Diccionario de Filosofía de Stanford pone el siguiente ejemplo: digamos que usted va conduciendo de noche. Llega a una intersección y gira a la derecha, pudiendo también hacerlo a la izquierda. Repite conductas similares en varias otras intersecciones, ora girando a la derecha, ora a la izquierda, ora siguiendo recto. A primera vista usted está actuando con absoluta libertad. Es una libertad negativa, una ausencia de restricción. Pero ahora imaginemos que usted es un fumador compulsivo que no realiza esos giros porque quiera hacerlos, sino porque ellos le conducen al único bar del pueblo abierto a esta hora, el único en el que puede comprar tabaco: lo que parecía un acto libre ahora se revela como determinado por una necesidad imposible de ignorar (créanme, yo desgraciadamente hice ese trayecto infinidad de veces). El Diccionario complica el tema afirmando que si vas al bar perderás un tren que a su vez te llevaría a una cita importantísima, a la que tú deseas ir; tu adicción te fuerza a renunciar a esa cita.

Tendría que quedar claro que el acto del fumador no es del todo libre. Un liberal, sobre todo si es extremista como Valín (ver artículo anterior), pretenderá ignorar la restricción, el determinismo de la necesidad, diciéndonos que al fin y al cabo por fuerte que sea esa restricción existe libre albedrío y el fumador tiene la posibilidad de elegir otra alternativa; pero la mayoría de la gente sabemos por experiencia que las cosas no son tan fáciles. La libertad, como dije en mi artículo anterior, depende de las restricciones impuestas.

Esta ceguera tiene una explicación. El liberalismo suele fijarse sólo en la libertad negativa, y sólo en el sentido más político, en la ausencia de restricciones estatales para ejercer la libertad. Volveré sobre este tema del Estado más tarde. Berlin en particular, al analizar la libertad positiva desde una óptica política, concluía que era mejor que el Estado no hiciera nada para promoverla, porque toda promoción de la misma terminaba en un paternalismo inaceptable y un recorte de la libertad negativa, es decir, en una imposición de restricciones externas.

El problema para Berlin es lo que se suele llamar una pendiente deslizante, una cadena de razonamiento que en este caso lleva inevitablemente al paternalismo. Se comienza reconociendo que existe un yo virtuoso (en nuestro ejemplo, el que quiere acudir a la cita) y un yo irracional, el que te obliga a fumar. Se continúa diciendo que algunos individuos tienen el yo virtuoso más desarrollado, y que ellos deberían indicar a toda la sociedad hacia dónde dirigirse, y se termina obligando a los "menos racionales" a adoptar la racionalidad vigente (que, por cierto, no tiene por qué ser realmente racional, puede ser, como afirma Berlin, la sublimación de una tribu, una iglesia, una raza, una clase o cualquier otra idea de perfección y virtud). Cualquiera podrá reconocer ejemplos en los que esta pendiente deslizante desgraciadamente se ha dado.

Ante este peligro, muchos liberales, incluyendo al propio Berlin, deciden cortar por lo sano esta cadena, negando que exista relación necesaria entre la libertad y los deseos. De hecho, reconoceremos una versión de este argumento en el que plantea "Absurdo": ser libre no necesariamente quiere decir poder elegir lo que uno desea hacer, poder elegir, como él lo plantea, entre cosas agradables.

Para los liberales la verdadera libertad --una libertad negativa-- no tiene que ver tanto con poder hacer lo que uno desea, sino con evitar que se nos impida hacer, en un momento dado, lo que eventualmente desearíamos hacer. La libertad negativa es una promesa: no se te impedirá nunca X o Y, independientemente de que tú desees hacer X o Y.

No cabe duda de que tal libertad negativa es valiosa. Sin embargo, pretender que el concepto de libertad ha de agotarse en dicha libertad negativa presenta varios problemas.

1) Se confunde la libertad política, negativa, la que prácticamente todos creemos que debe garantizarse como un derecho, con la libertad en general. Si bien puede argumentarse de forma convincente que la libertad negativa es la única que puede y debe garantizar el Estado como un derecho, esto no quiere decir necesariamente que sea la única libertad posible. La libertad positiva existe, independientemente de que el Estado tenga algo que decir sobre ella.

2) Dado el punto anterior, se tiende a pensar que si no existen restricciones por parte del Estado, el ser humano es libre. Se siguen aporías como las de Valín, en las que se considera libre a una persona que en realidad está prisionera de otro tipo de restricciones que no tienen nada que ver con el Estado, y que probablemente la esclavizan a un nivel mucho mayor de lo que podría hacer cualquier Estado razonable moderno.

3) El énfasis en la libertad negativa tiende a olvidar un hecho incontestable: muy pocas personas realmente hacen uso de esa libertad. El liberal plantea una libertad que para la gran mayoría de la población, por una razón y otra, será siempre teórica, irrealizable. La libertad se convierte así en privilegio de las élites, mientras las masas, cuyas prioridades en términos de libertad suelen ser distintas y más en línea con el concepto de libertad positiva (la libertad para hacer algo, por ejemplo, para irse de vacaciones a Hawaii), ven traicionadas sus expectativas.

A estas alturas debería estar claro que el tema de la libertad es mucho más amplio que el tema de las libertades garantizadas como derechos. Uno de los principales problemas, por supuesto, está en determinar si el Estado debería ir más allá de la garantía de libertades negativas. Por ejemplo, si debería promover activamente derechos que garantizaran la posibilidad de ejercer libertades positivas, como el de la vida, que es obviamente una precondición al ejercicio de la libertad, o el derecho a cierto bienestar mínimo, que también lo es. Éste es el debate fundamental entre corrientes democráticas de derecha e izquierda, y no es éste el momento de defender una postura determinada dentro de ese debate, a riesgo de perder por completo el hilo de este artículo. Dejémoslo pues planteado en esos términos, en los de una discrepancia entre diversos tipos de libertad.

Continuemos, pues. Si bien la filosofía política liberal se ha centrado en las restricciones a la libertad que puede imponer un Estado (incluso considerando entre ellas la restricción a la libertad económica que pueden significar los impuestos), llama la atención la poca atención que se presta a otras restricciones mucho más inmediatas en la vida cotidiana. En efecto, el Estado no es en las sociedades democráticas la mayor fuente de restricciones. Muchas veces el entorno social presenta determinaciones mucho más poderosas. Imaginemos por un momento que nos diera, en ejercicio de nuestra libertad positiva, por salir desnudos todos los días al quiosco a comprar el diario. Es indudable que tal conducta, a menos que nos llamemos Laetitia Casta, provocaría en nuestros vecinos el inmediato deseo de retirarnos el saludo. En efecto, la amenaza de ostracismo por parte de nuestra comunidad social es una de nuestras más importantes restricciones, una fuente continua de ausencia de libertad. Éste es un tema que los cineastas y novelistas no se han cansado de explotar, planteando una y otra vez la figura del rebelde frente a las convenciones sociales.

Pero existen por supuesto otras fuentes: nuestra compañía que nos exige adecuarnos a un código de conducta (incluyendo la indumentaria), los clientes, el restaurante donde comemos, el cine al que acudimos... Cientos y cientos de normas, de restricciones, que nada tienen que ver con el Estado.

Habríamos de concluir que limitar el concepto de libertad a las relaciones entre un sujeto y el Estado es un profundo error y una simplificación similar a la que intenta reducir absolutamente todo bien a su valor de mercado.

De hecho, tal vez sea en la discusión general de las restricciones a la libertad y la forma de combatirlas donde encontremos la mayor riqueza discursiva, el más rico e inagotable campo de debate entre diversas tendencias políticas e ideológicas, la razón misma de ser de una democracia que se considera a sí misma teatro del enriquecedor debate entre verdades relativas.

El gran error de cierto liberalismo moderno, ensoberbecido por sus victorias, es pensar que este debate está cerrado. No es así, y nunca lo será. Las formas en las que se busca la libertad positiva serán siempre inagotables.


Referencias: Stanford Encyclopedia of Philosophy.

P.D. He dejado fuera una alternativa de libertad, la que practican los eremitas diversos, sobre todo los budistas: la renuncia a los deseos. Es otra cara del prisma, pero dado que es minoritaria será mejor dejar su análisis para otra ocasión.

P.P.D. En el mismo sentido, es interesante revisitar las ideas de MacCallum sobre la falsedad de la dicotomía entre libertad positiva y negativa. He decidido finalmente dejarlas fuera de este artículo para no complicar excesivamente la exposición. Me parece que por un lado Berlin es más conocido, y por otro mis argumentos son muy fáciles de trasplantar al esquema de MacCallum.

viernes, septiembre 09, 2005

Anarcocapitalismo, o los otros talibanes

Leo en el blog de Ernesto de la Serna una referencia a un artículo asombroso, titulado "Héroes de la Libertad", que escribió Jorge Valín para, como reza el título de un libro de uno de sus maestros ultraliberales, defender lo indefendible. Valín defiende, entre otras cosas, la prostitución infantil, el matonismo, el chantaje, el tráfico de niños y el turismo sexual, todo ello argumentado a partir del llamado "axioma de no agresión" propuesto por Murray Rothbard en los años setenta y base de una corriente de pensamiento que en EE.UU. recibe el nombre de libertaria y en el resto del mundo, supongo que para no confundirla con las ideas de Bakunin o Durruti, anarcocapitalismo. La existencia de tal corriente no es muy conocida fuera de los círculos de discusión neoliberal, y sin embargo es útil entenderla, en la medida en que representa el punto extremo y utópico del credo liberal: la abolición del Estado, como querían los anarquistas, pero con la preservación de la propiedad privada. Es una verdadera reductio ad absurdum del liberalismo, una muestra de hasta qué punto pueden ser punto por punto tan irreales las expectativas liberales sobre el ser humano como en su momento fueron las marxistas.

Volviendo a Valín, no resumiré aquí el contenido de su artículo. Lo mejor es leerlo para darse cuenta a qué extremos de insensibilidad ética puede llegar el ser humano. Mi indignación ante la monstruosidad moral de su postura ha sido expresada en otros foros, y no la repetiré aquí. Me interesa, sin embargo, hacer la crítica de su postura de desde un punto de vista ético. Para ello es conveniente enunciar el axioma de no agresión que, según los ultraliberales, sería el único principio ético válido. El axioma, tal como fue enunciado por Rothbard dice que:

Ningún hombre o grupo de hombres puede tener el derecho de agredir a la persona o a la propiedad de cualquier otro... Agresión es definida como la iniciación del uso, o la amenaza, de violencia física contra la persona o propiedad de cualquier otro.


Al principio suena muy bien, ¿no? Pero por poco que reflexionemos nos daremos cuenta de los problemas que tiene basar toda ética en este axioma. El que tal vez haya sido el más grande filósofo de la Edad Moderna, Immanuel Kant, reflexionó largo y tendido sobre la ética, formulando el llamado imperativo categórico . Éste nos dice que debemos actuar como si quisiéramos que nuestros actos se convirtiesen en norma universal. Grosso modo lo que quiere decir el imperativo categórico, al igual que la Regla Dorada del Evangelio, es "ponte en los zapatos del otro".

¿Qué pasa si sometemos al axioma de no agresión a la prueba del imperativo categórico, que claramente es mucho más fundamental que el propio axioma?

Veamos un ejemplo. Digamos que el Dr. M., célebre virólogo, ha encontrado al fin la vacuna contra el SIDA. El Dr. M. es un genio, pero a la vez tiene ideas un poco raras. Piensa que las enfermedades son mecanismos lógicos de regulación de población, y que no tendríamos que interferir con ellas. Por esta razón, aunque hace su descubrimiento público para cubrirse de gloria, el Dr. M. anuncia al mismo tiempo que no piensa poner la vacuna a disposición del público bajo ninguna circunstancia ni a ningún precio. Apliquemos ahora el axioma. ¿Tiene derecho el Dr. M., ya que el invento es indiscutiblemente su propiedad según los parámetros de Rothbard, a proceder de esta forma? Si yo fuera un enfermo de SIDA, ¿me gustaría que el Dr. M. procediera de esa forma?

Esta última pregunta es fundamental; preguntadle a Nancy Reagan qué fue lo que cambió su punto de vista sobre la investigación de células madre. Llevemos ahora el argumento un paso más allá: ya no hablamos de SIDA sino de una misteriosa enfermedad nueva contra la que no hay defensa, que tiene un 100% de mortalidad y cuya propagación es imparable. Los científicos han dicho que a la Humanidad le quedan 10 años antes de sucumbir por completo. ¿Es mantenible el axioma?

Parece evidente que no. Luego, estamos ante un principio que nadie o casi nadie pretendería convertir en norma universal, violando con ello el imperativo categórico kantiano. Luego, estamos ante una ética manifiestamente defectuosa. He aplicado el principio de Kant a este argumento, pero prácticamente cualquier otro principio ético enunciado en los últimos 2.500 años funcionaría de la misma forma (incluyendo los de algunos pensadores del liberalismo clásico, el de verdad, como John Stuart Mill). El axioma de no agresión entra en conflicto con todo el pensamiento ético de toda la Historia de la Humanidad.

Hay otras objeciones: por ejemplo, que el concepto de propiedad es en gran medida convencional, con lo que el axioma, en vez de ser un principio absoluto, se revela como contingente, dependiente de los cambios en la definición de propiedad. Pensemos, por ejemplo, en cómo se reclama la propiedad de un territorio habitado por nómadas. La historia de la conquista del Oeste de EE.UU. es muy ilustrativa a ese respecto.

Por otro lado, existen y existirán siempre entes que no son propiedad de nadie porque simplemente no pueden ser propiedad de nadie, tales como la atmósfera o los loros silvestres del Amazonas, o cuya propiedad está condicionada, como aquellas obras humanas que hemos designado patrimonio de la Humanidad. ¿Qué nos dice el axioma de agresión al respecto? Nada. A partir del axioma, no sabemos cómo comportarnos éticamente ante tales entes, o, peor aún, dichos entes son moralmente indiferentes. En particular, reconozcamos que el axioma deja en la indefensión absoluta al medio ambiente y a los animales, al centrarse exclusivamente en seres humanos y sus propiedades.

Hay peores objeciones, sin embargo. ¿Qué sucede con una denegación de auxilio a partir del axioma? Un examen del enunciado nos convence que no contempla este caso. La agresión debe ser activa para violar el axioma; la omisión de un acto no lo viola. Se sigue que el axioma y los que lo defienden no consideran la más mínima solidaridad humana como una obligación ética, contraviniendo, por cierto, el mismo ius naturalis del que afirman que desciende dicho axioma.

Ahora bien, en una situación en que está en juego la necesidad de otro, si nuestros principios éticos no nos dicen cómo actuar, estamos claramente ante una ética incompleta.

El axioma de no agresión per se no puede ser base de la ética porque no resuelve una enorme cantidad de dilemas éticos, posiblemente los más importantes. Como dice un colega con el que debatía sobre el tema, esto es lo que pasa cuando uno toma una postura extremista, cuyo origen, habría que señalar, es bastardo: se basa en una convicción socioeconómica, no en un profundo principio ético.

Y es que la ética, mal que le pese a Valín y a sus defensores, se involucra con el eterno conflicto entre los deseos y necesidades propios y los deseos y necesidades del prójimo. Ignorar a este prójimo, que es el sujeto fundamental de la ética, en la formulación de un principio ético sólo puede llevar a aporías como las que el Sr. Valín expone.

Vayamos un paso más allá. El axioma de marras se basa en la convicción liberal sobre el carácter sagrado y absoluto de la libertad individual. Es necesario hacer una crítica de ese concepto de libertad y mostrar que, por ejemplo, la prostituta infantil no está ejerciendo su libertad, sino, en el mejor de los casos, eligiendo entre dos males. La capacidad de elección no implica necesariamente libertad; donde hay necesidad no hay libertad. La ceguera del liberalismo extremista está en no entender este punto, en creer que toda elección es una afirmación de la libertad individual.

lunes, septiembre 05, 2005

"Somos polvo de estrellas que piensa acerca de las estrellas"

La frase, por supuesto, es del gran Carl Sagan, uno de mis máximos héroes culturales. No sería muy aventurado decir que Sagan me enseñó a pensar y, casi simultáneamente, a maravillarme.
Es muy difícil lograr ambas cosas, pero Carl lo hacía sin el menor esfuerzo. Desde el primer libro suyo que leí, aún adolescente, Los Dragones del Edén, hasta el último, El Mundo y sus Demonios (no, por más que lo parezca, no se refiere a Pedro Jota, aunque sé lo que diría el buen Carl de sus conspiranoias), pasando por supuesto por su inmortal obra maestra de la difusión científica, Cosmos, Sagan comunicaba a un tiempo su profundo entusiasmo por el conocimiento, su maravillada reverencia ante los bellos secretos del cosmos y el rigor intelectual del pensamiento crítico.

En una sociedad que no aprecia a la ciencia más que por sus productos tecnológicos, es muy difícil comunicar el hecho de que la ciencia misma, la ciencia pura, pueda producir una profunda emoción estética. Desgraciadamente, el "oído" de la mayoría no está entrenado para percibir las armonías secretas que ya Pitágoras imaginaba. Y sin embargo, Carl Sagan logró comunicar parte de esas maravillosas armonías a un público de tamaño significativo, gracias a su extraordinaria capacidad de crear metáforas e ilustraciones que explicaran los conceptos más abtrusos.

Pero Sagan era mucho más que un gran comunicador y un buen científico. Era un hombre de convicciones, y entre ellas estaba la muy firme de que el pensamiento crítico era la herramienta fundamental para la supervivencia de la civilización, no sólo porque es la base de toda metodología científica, sino porque sin él, pensaba Sagan, sin un debate libre y objetivo, basado en evidencias sólidas y no en prejuicios, sin una capacidad de escucharnos mutuamente y llegar a consensos basados en la razón, la democracia misma estaba perdida. Sagan era uno de esos científicos que estaban persuadidos de la importancia social de que sus voces, en tanto voces de la Razón, fuesen escuchadas. Su compromiso político, como décadas atrás el de Einstein, fue insobornable.

Su último libro es casi una llamada de auxilio. En 1995, poco antes de morir, Sagan veía cómo los demonios de la intolerancia, el oscurantismo, la superstición y los prejuicios amenazaban por todos lados al pensamiento crítico. Los ataques provenían desde el relativamente inocuo misticismo New Age (teniendo en cuenta que ninguna superstición es totalmente inocua) hasta los más amenazadores ataques de los fundamentalismos religiosos.

Diez años después, y sin Carl Sagan para seguírnoslo advirtiendo, es evidente que esos ataques no sólo no han cesado, sino que se han recrudecido. Particularmente descorazonador es ver cómo el debate democrático, en el que Sagan ponía tantas esperanzas, está siendo gradualmente sustituido por la confrontación a ultranza, la descalificación, el prejuicio y la apelación a las emociones más primitivas.

Veamos cómo lo decía el propio Carl:

Pero no sirve de nada tener esos derechos si no se usan: el derecho de libre expresión cuando nadie contradice al gobierno, la libertad de prensa cuando nadie está dispuesto a formular las preguntas importantes, el derecho de reunión cuando no hay protesta, el sufragio universal cuando vota menos de la mitad del electorado, la separación de la Iglesia y el Estado cuando no se repara regularmente el muro que los separa. Por falta de uso, pueden llegar a convertirse en poco más que objetos votivos, pura palabrería patriótica. Los derechos y las libertades o se usan o se pierden.

Un poco más adelante, concluye el libro diciendo:

Si no podemos pensar por nosotros mismos, si somos incapaces de cuestionar la autoridad, somos pura masilla en manos de los que ejercen el poder. Pero si los ciudadanos reciben una decuación y forman sus propias opiniones, los que están en el poder trabajan para nosotros. En todos los países se debería enseñar a los niños el método científico y las razones para la existencia de una Declaración de Derechos. Con ello se adquiere cierta decencia, humildad y espíritu de comunidad. En este mundo poseído por demonios que habitamos en virtud de seres humanos, quizá sea eso lo único que nos aísla de la oscuridad que nos rodea.

Para mí estas palabras son tan admirables como conmovedoras, sobre todo porque fueron escritas como admonición por un hombre en su lecho de muerte. Más o menos por la época en que se publicaron, comencé mi andadura por Internet. Me dedicaba sobre todo a debatir en foros de opinión. Hoy sigo haciendo esencialmente lo mismo (aparte de esta bitácora a la que, al parecer, ya le estoy cogiendo el tranquillo). Había decidido escribir sobre un tema que me preocupa mucho: la creciente irracionalidad de la vida política en España, copiada por cierto de su homóloga estadounidense. Para ello, había pensado escribir aquí un artículo sobre pensamiento crítico... cuando de pronto me di cuenta de que Sagan, por supuesto, se me había adelantado. Cogí su libro de nuevo y, de pronto, comprobé algo que me llenó de satisfacción: todos estos años en la Red, aparte de perseguir algunas de mis obsesiones y entusiasmos, me he dedicado a cumplir la agenda que Carl Sagan delineó, a combatir el prejuicio con argumentos, a atacar la superstición, a desenmascarar la falacia, a buscar que se imponga la verdad a través del pensamiento crítico, ¡a pensar con libertad!

Soy hijo intelectual de Carl Sagan, y casi sin darme cuenta de tan asumido que lo tengo, humilde continuador, en mi rincón del mundo, de su labor. Y eso me llena de orgullo.

No fue el único de mis maestros, pero sin duda fue el más entrañable y el más duradero. Te recuerdo siempre, Carl, cuando miro las estrellas. Sobre todo cuando mi hijo, que también se ha forjado a tu calor, las mira a mi lado.

domingo, septiembre 04, 2005

Un tranvía llamado deseo

Las tragedias tienen que servir para algo, y Nueva Orleans no debería ser una excepción. Se ha convertido en un tópico hablar de las profundas desigualdades sociales en EE.UU., señalar que un cuarto de siglo de revolución neoliberal (con el hiato de ocho años de Clinton) no ha resuelto esas desigualdades, no ha hecho nada por elevar mínimamente el nivel de vida de los más pobres. Ahora, por primera vez desde los tiempos de los derechos civiles, los desposeídos ocupan las primeras páginas de los diarios. Su total desamparo, la forma como han sido abandonados a su suerte, los millones de vidas afectadas, son la más elocuente muestra del fracaso del credo neoliberalista de "sálvese quien pueda".

Y es que, como comentaba el usuario Mahatma en el foro de Todo Política, a lo que asistimos es a la privatización de las evacuaciones: si usted tiene coche o dinero para comprar un billete, váyase. Ahora bien, si usted es un enfermo en un hospital o una persona que sobrevive a base de food stamps y que a final de mes no tiene un duro...

La catástrofe de Nueva Orleans, me parece, se convertirá en un símbolo de ese fracaso, como la hambruna de la patata en Irlanda demostró la quiebra moral del capitalismo inglés del siglo XIX. Si de algo sirve el tristísimo sacrificio de la ciudad del jazz, que sea para eso: para recordar a dónde nos lleva el egoísmo a ultranza y la falta de solidaridad con los que menos tienen.

viernes, septiembre 02, 2005

Bourbon St.

Son imágenes de pesadilla. "Zapeo" entre los canales estadounidenses de noticias: todos hablan de Nueva Orleans. CNN se da un respiro para dar noticias internacionales; Fox dedica las 24 horas de su programación a la tragedia, relegando otras noticias al cintillo de texto. Además de las imágenes repetidas una y cien veces, adivino en las caras de los presentadores una profunda incredulidad, la misma, probablemente, que siento yo.

¿Por dónde empezar? Podría hacerlo por John Donne, supongo. Las campanas doblan por mí, por todos. Campanas de Lafayette Square… Podría intentar imaginar el infierno que están viviendo los sobrevivientes, como náufragos a la deriva. Podría intentar sentir su soledad, su desamparo, su sed, su hambre, el dolor. Podría hacer una elegía de la ciudad herida, tal vez mortalmente. Podría condolerme por mi propia Nueva Orleans, que visité hace muchos años y a donde siempre había querido volver. Tal vez ya no sea posible, tal vez Bourbon Street haya desaparecido para siempre, al menos como la conocí yo, lo suficientemente sucia y desordenada para robarte el corazón, para no parecer una atracción turística más, una imagen de reluciente eficiencia estadounidense.

El Sur es así, o así lo vi yo con mis ojos juveniles: algo decadente, más pobre, pero sobre todo, más perezoso y jovial. Nueva Orleans era "The Big Easy", la ciudad de la alegría. Take it easy, bro, dicen para despedirse. Tómatelo con calma, hermano, la vida es un baile indolente, un pausado andar, cool, siempre cool, como una de esas notas eternas de Miles Davis, no des un paso más largo que otro, no te sobresaltes, eres el rey, hermano, intenta parecerlo, un rey que contempla satisfecho las farolas de Bourbon Street alumbrando al chaval de la gorra calada que se larga de pronto un claqué sin el menor esfuerzo, como si hubiera nacido con clavos en las suelas, una sombra que se refugia en el Preservation Jazz Hall, donde daban la bienvenida a las damas y todo lo que traían, incluyendo the gents, entraremos al cielo marchando al ritmo de los santos, pero si quieres oírla son cinco pavos, Dios sonríe porque aquí sólo hay música y gambas creole, the Blue Angel con Marlene mirándote desde la pared, como en una canción de Suzanne Vega, hermano, sí, dos calles más allá es el infierno, sigue siendo el French Quarter pero ya no hay farolas: las putas tienen que iluminarse con la brasa del cigarro y las amplias sonrisas negras desaparecen entre jeringuillas y navajas. Pero aquí estás a salvo, hermano, dixieland o bebop, lo que tú quieras, y pollo jambalaya.....

¿Dónde estáis ahora? Bourbon Street, carajo, antes las alcantarillas rezumaban whiskey, y ahora... No lo he visto por la tele, pero imagino un piano solitario navegando calle abajo, golpeado rítmicamente por un tambor que se resiste a ahogarse. Nueva Orleans en silencio, inconcebible. No, en silencio no, porque dicen que la noche está puntuada por los tiros que intercambian saqueadores y saqueados, por los lamentos de los enfermos, por gritos de auxilio. No hay silencio, pero no hay música. Inconcebible Nueva Orleans sin música. Si hasta los sepelios eran acompañados por bandas de jazz. No hay sonrisas, no las habrá ya en mucho tiempo. ¿Quién volverá a reconstruir Bourbon Street? ¿Cómo lo harán? ¿Cómo volverán a poblar esas calles de indolente alegría? Tal vez no sea posible, tal vez hemos perdido a Nueva Orleans para siempre, porque ¿cómo podemos exigirle a esos rostros dolientes que vuelvan a confortarnos como lo hacían antes, cuando otra vida, la vida mestiza que se oponía su joie de vivre al luterano capitalismo anglosajón, parecía posible?

Nueva Orleans, qué frágil era la felicidad. Qué frágiles somos. Ceden dos diques y mueren miles, y, mucho me temo, encontraremos que esos miles de muertos son en su casi totalidad las personas más desvalidas. Ceden dos diques y de pronto, una ciudad supuestamente civilizada está sometida al riesgo de epidemias de cólera y disentería, por no hablar de la anarquía y el crimen: se reportan saqueos, pero también violaciones generalizadas. Increíble . Qué impotencia: víctimas que no son socorridas, enfermos y heridos que no son atendidos y seguramente mueren por decenas debido a esa falta de atención, muertos que no son enterrados.

Ceden dos diques y destruyen una ciudad. No, no una ciudad cualquiera, mi pobre Nueva Orleans, la única ciudad que ahora importa. ¿Por qué no la salvasteis? ¿Dónde estaban las autoridades? ¿Cómo puede pasar algo así en la primera potencia mundial?

No soy un experto en desastres, pero todo parece indicar que hay enormes responsabilidades políticas claras. El único acto sensato de los últimos días parece ser la evacuación forzosa que ordenó el alcalde de la ciudad, y seguramente se salvaron miles gracias a ello, pero ni siquiera esto fue completamente adecuado. Nadie, al parecer, pensó en la evacuación de personas "con problemas de movilidad": ancianos, enfermos, indigentes, o simplemente las clases más pobres, que al carecer de coche y no tener recursos económicos, no tenían cómo desplazarse. Se calcula que eran 100.000 personas. Volveré a esta increíble situación más tarde.

Nadie, al parecer, pensó en la posibilidad de que los diques cedieran, y por tanto nadie pensó en la necesidad de reforzarlos o de tener un equipo de emergencia para repararlos. Conociendo como conozco, gracias a largos años de contactos laborales, la legendaria eficiencia estadounidense, no me explico cómo alguien puede haber olvidado un detalle tan importante, sabiendo que Nueva Orleans está la ruta de los huracanes del Golfo y que, siendo una ciudad bajo el nivel del mar, la ruptura de los diques implica la destrucción total de la ciudad.

Voy a aventurar una hipótesis, a sabiendas de que es muy preliminar y que seguramente una comisión de investigación del Congreso dilucidará dentro de algunos meses o años las responsabilidades. Seguramente estamos ante un típico problema de falta de coordinación. FEMA, la agencia de control de desastres de EE.UU., dice que tenía a Nueva Orleans en la mira desde hace veinte años. No se explica entonces que no se hayan tomado las medidas preventivas adecuadas... a menos que recordemos lo fraccionado que está el poder en Estados Unidos. Los diques, sorprendentemente, están bajo la supervisión del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE.UU. La Guardia Nacional, cuerpo militarizado que suele desplegarse en caso de desastres, más que nada como fuerza policial de emergencia, bajo control estatal (en el sentido estadounidense, en este caso bajo la Gobernadora de Luisiana). FEMA, supuesto coordinador y planificador, bajo control federal. Las fuerzas policiales de la ciudad, bajo control del alcalde. Seguramente hay docenas de otras agencias, organizaciones y empresas, cada una trabajando en su ámbito, desde reestablecer los servicios básicos hasta tomar medidas sanitarias elementales.

El director de FEMA, un tal Brown, atribuyó en una entrevista la culpa de haber sido víctimas... a las propias víctimas, por no haber hecho caso de la orden de evacuación. Pero no se necesita ser un genio para darse cuenta de quiénes son las víctimas: los pobres, los enfermos, los ancianos. Los que no podían moverse por sus propios medios. ¿Quién los abandonó a su suerte? ¿Por qué no se fletaron autobuses para evacuarlos? ¿Por qué no se evacuaron los hospitales? ¿Por qué la Guardia Nacional no fue calle por calle para asegurarse de que no quedaba nadie atrás?Increíblemente, un profesor de la Universidad de Luisiana que asesoraba a la agencia de crisis estatal comenta que una posible catástrofe en Nueva Orleans se había estudiado una y otra vez en la agencia, a un coste de cientos de miles de dólares. De vez en cuando, la pregunta surgía: "¿Y la evacuación de los que no pueden valerse?" Según este profesor, la pregunta era invariablemente contestada con un pesado silencio.

Falló la previsión; pero todo indica que también está fallando la gestión. No parece haber coordinación entre las distintas agencias, y las medidas necesarias parecen haber sido tomadas tarde y mal. Pero sobre todo, no hay liderazgo. Es en los momentos más difíciles cuando un país necesita un líder, y esta tragedia ha impactado a todo el país. Pero el líder no está. No lo digo yo, lo dice The New York Times. Bush ha reaccionado tarde (un día de retraso, según el NYT, agregando ácidamente que tal comportamiento se está volviendo costumbre en la Admon. Bush) y ha reaccionado mal. Durante los primeros días de la crisis, lo único que se le ha ocurrido decir es que "la ayuda está en camino; os acompañamos en nuestras oraciones". Muy consolador, pero la gente seguramente quiere menos rezos y más acciones concretas. Siempre según el NYT, en su discurso de ayer olvidó proyectar esa imagen de "estoy a cargo y lo voy a resolver" que es imprescindible en cualquier líder. Olvidó hablar de acciones concretas y entendibles, perdiéndose en detalles sobre las cantidades de ayuda enviada. Olvidó establecer contacto emocional con las víctimas y en general con los ciudadanos. Era importante compadecer, consolar y dar ánimos. No hizo nada de esto. Y no es el sectarismo el que me hace decirlo; así como condeno la falta de liderazgo de Bush, reconozco que su compañero de partido, Rudolph Giuliani, demostró todas las cualidades de un gran líder en su gestión del 11-S.

Muchos pensábamos que Bush era uno de los peores presidentes de la historia de EE.UU., no sólo por su deplorable y miope política exterior (y sus delirantes ideas talibanes sobre la evolución), sino por un defecto fundamental de personalidad, por una incapacidad de liderazgo que se notaba a ojos vista. Se me acusará de arrimar el ascua a mi sardina en medio de una tragedia, pero no cabe duda de que estos días estamos comprobando lo lamentable que puede ser el Sr. George W. Bush. Hasta su padre y Clinton, en una breve aparición posterior a la suya, proyectaban mayor imagen de liderazgo. Bush es un completo fracaso.

Pero no sólo Bush. Me parece sintomático que FEMA dependa del Departamento de Seguridad Interior, del zar antiterrorista del gobierno federal. ¿A qué amenaza ha dedicado el 90% de su tiempo ese señor, por órdenes de su jefe? Pues a la amenaza terrorista, olvidándose que en el mundo existen muchos otros problemas tan o más urgentes que enfrentar a los terroristas.

Es verdad que la lucha antiterrorista despierta muchas pasiones, y que es un instrumento político de manipulación de primer orden. Esto se debe que tiene un fuerte componente emocional que no se corresponde, desde mi punto de vista, con los riesgos reales que tiene la gente de morir en un atentado terrorista.

Así que y creo, y sé que es una hipótesis aventurada, pero no me parece descabellada, que el énfasis en la lucha antiterrorista necesariamente lleva a los líderes máximos del país a descuidar otros frentes. Bien sabido es en teoría de organizaciones que no se pueden perseguir más de unos tres o cuatro objetivos importantes (Wildly important goals, en la jerga gerencial) si se quiere tener una posibilidad razonable de éxito.

La otra cosa que me preocupa enormemente de la tragedia de Nueva Orleans es cómo ha sacado a relucir el grado de abandono en el que tienen las distintas instancias de gobierno a los más desvalidos. Esto no es propaganda progre. Es una realidad: la mentalidad neoliberal que exhibe el señor Brown al decir "hombre, haberse salvado saliendo de la ciudad cuando les avisaron", sabiendo que hay gente impedida para hacerlo, exhibe una falta de solidaridad y compasión sangrante, sobre todo en una persona cuyo trabajo es ayudar precisamente a las víctimas. Sería inconcebible que un funcionario europeo de gestión de crisis dijera una barbaridad semejante y no se encontrara al día siguiente en la calle.

En EE.UU., sin embargo, tales muestras de egoísmo neoliberal son muy comunes. No olvidaré nunca un debate en televisión sobre la conveniencia de que el Estado vacunara gratis a los niños, con un par de neoliberales oponiéndose apasionadamente a dicha alternativa. Esto debería hacernos reflexionar seriamente sobre la cruzada neoliberal. ¿Queremos ser así en Europa? Yo creo que no.

Una nota final: se ha especulado sobre la relación entre la fuerza inaudita del huracán y el calentamiento global; incluso el editorial de El País de hoy desliza algunas palabras al respecto. A pesar de que estoy razonablemente convencido de que el calentamiento global antropogénico es un hecho, yo pediría un poco de cautela. Es muy difícil, por no decir imposible, asociar un fenómeno meteorológico dado con una tendencia global del clima. Ahora bien, sí es verdad que algunas teorías predicen un aumento en la fuerza de los huracanes. Si esto se convierte en costumbre, es posible que estemos ante el temido fenómeno predicho por los climatólogos. En todo caso, la sola amenaza de que este tipo de huracanes pudiera generalizarse debería hacer reflexionar a los escépticos del calentamiento global.